El Gabinete de las Maravillas, de Alfonso Mateo-Sagasta.

El Gabinete de las Maravillas. Alfonso Mateo-Sagasta. Con ilustraciones de José María Gallego, Reino de Cordelia

“SANGRE, SANGRE por todas partes, señora, el traje teñido de rojo y la cabeza apenas sujeta al tronco por un pingajo de piel -dijo el muchacho con el torso aún inclinado y la vista clavada en el suelo.”

Es este un gran párrafo para iniciar una novela de intriga.

¿Quién es el degollado? ¿Quién es la señora a la que tal horror se relata? ¿Dónde y cuándo ocurre el suceso? ¿Quién lo cuenta? ¿Quién ha causado la muerte y por qué?

La señora, es Micaela, condesa de Cameros, cuyo tío, el marqués de Hornacho, no había acudido a una cita que con ella tenía concertada, debido a que había encontrado asesinado a su archivero.

Ese crimen es el que tan dramáticamente relata el mensajero del marqués para excusar que su señor no haya acudido a la cita con su sobrina.

Plano de Madrid de Texeira, de 1656

El suceso ocurre en Madrid, en el otoño de 1614 -durante el reinado de Felipe III- y el que nos va a relatar toda la historia es Isidoro de Montemayor, bachiller e hidalgo, que de día -en público-  presta sus servicios como secretario a la bella condesa y de noche, y de noche -en privado- desempeña otras labores, más íntimas, a la vera de su señora.

Montemayor será el que nos resuelva el por qué de ese asesinato -y de algún otro- y el quién lo ha cometido -pero eso será al final de la novela-, que para eso es el mejor detective del Siglo de Oro español, protagonista de otras dos novelas: la de su presentación, Ladrones de tinta, y una tercera, y por ahora última, titulada El reino de los hombres sin amor.

Isidoro de Montemayor es bachiller porque consiguió ese título en el colegio de Santa Catalina, de la universidad de Alcalá, tras tres años de estudios y de la vida disipada propia de los estudiantes de la época.

Fachada de la Universidad de Alcalá

Es hidalgo porque para ello ha pagado su buen dinero a un genealogista, que le expide en esta novela una ejecutoria de hidalguía con la que soslaya algunos puntos oscuros de su filiación.

Porque ser hidalgo -tener la sangre “limpia”- era imprescindible para poder medrar en la sociedad estamental de aquella época, e incluso -en determinados casos- para sobrevivir. Así lo explica el genealogista que le facilita a Isidoro su ejecutoria:

“-Para qué mentir -admitió-. Todo el mundo busca el modo de prosperar, y no es fácil eliminar toda sombra de judío o morisco de un linaje.,. Para ingresar en muchos colegios y universidades, acceder a los beneficios eclesiásticos, ingresar en las órdenes religiosas o militares, ser familiar de la Inquisición u ocupar cualquier oficio concejil es preciso tener la sangre limpia por los cuatro costados….”

Y también para librarse de la horca… si alguien difunde la relación privada de Isidoro con la condesa; porque esa es la muerte deshonrosa -a los nobles se les ejecuta por decapitación, al resto por horca después de ser torturado- que espera al villano que yace con una noble.

Potro de tortura

Pero por muy hidalgo en que se haya convertido Isidoro y por muy igualitarias que sean sus noches con la condesa -una mujer de carácter, bella e inteligente que ha ocultado a todos que su marido a muerto en el lejano Yucatán, para así librarse de la obligación de contraer nuevas nupcias- está al servicio de ésta.

Y la condesa decide prestárselo a su tío, que está muy contrariado por las molestias que le suponen la  pérdida de su archivero -mucho más que por su terrible asesinato-, para que Montemayor sustituya al muerto hasta que el marqués pueda reemplazarlo.

Porque el señor marqués de Hornacho es uno de los más importantes coleccionistas de Europa y tiene en su palacio un “gabinete de las maravillas”, compuesto por varias salas, donde reúne las rarezas más prodigiosas, los fenómenos más extraños…

Isidoro de Montemayor, al que todo misterio le supone un reto imposible de rechazar, aprovechará muy bien su estancia en el palacio del marqués para investigar el asesinato del archivero.

Alfonso Mateo-Sagasta

De la pluma de Isidoro -de Alfonso Mateo-Sagasta- el lector hace un viaje, tan entretenido como instructivo, a aquel Madrid del siglo XVII que no era más que un hediondo poblachón manchego, pero que a la vez era la capital y corte del mayor imperio del mundo.

Es un viaje apasionante, porque  Mateo-Sagasta, que es historiador, tiene un conocimiento de los usos y costumbres de la época admirable. Además, es evidente que detrás de esta novela hay un trabajo ingente de documentación.

Pero se trata de una erudición que fluye por las páginas de la novela sin hacerse en ningún momento  pesada, sino convertida en la hábil ilación de multitud de historias y anécdotas que se transforman en el retrato fiel de una época y una sociedad.

Etimología, teología, heráldica, cetrería, taxidermia, supersticiones, hábitos alimentarios… Tantos son los asuntos que desfilan por estas páginas, y tan bien contados, que dejan al lector tan maravillado como aquellos que contemplaban todo lo que guardaban las salas del gabinete del marqués.

Sí, maravillado queda el lector de esta novela, porque si el misterio está muy bien trabado y finalizado mejor lo está aún la descripción del contexto social e histórico en el que se desarrolla la historia -Mateo-Sagasta, con sus novelas de Isidoro Montemayor, ha logrado varios y muy merecidos premios como autor de Novela Histórica y en concreto El gabinete de las maravillas recibió el Premio Espartaco de Novela Histórica del 2007-.

José Mª Gallego

No puedo dejar de mencionar también que la edición con la que Reino de Cordelia acaba de reeditar El gabinete de las maravillas, es una verdadera joya, gracias -además del texto- a las abundantes y expresivas ilustraciones de José María Gallego -al que muchos conocemos de antiguo por sus colaboraciones en prensa con Julio Rey-.

Esta edición, argumento perfecto de los que no nos rendimos -ni nos rendiremos- al libro electrónico, bien merecería figurar en el gabinete de las maravillas del señor marqués de Hornacho.

La primera novela de Montemayor, Ladrones de tinta,  ha gozado de la misma suerte de ser reeditada por Reino de Cordelia con ilustraciones de José Mª Gallego y es de esperar que pronto lo sea la tercera novela, El reino de los hombres sin amor.

También sería de desear que las aventuras de Isidoro de Montemayor tuvieran continuación más allá de los tres títulos publicados hasta ahora, que en cuanto a novelas de intriga histórica están a la altura de lo mejor que se haya publicado en este género.

Pero es hora de despedirse. El viaje a aquel Madrid maloliente, bullente, y muchas veces siniestro, de 1614 ha terminado.

La lectora cierra este libro después de haber disfrutado mucho y sufrido también lo suyo, que fue aquella una época inmisericorde en muchos y variados aspectos que conmueven con dureza la sensibilidad del lector actual.

También -además de conocer ahora sobre infinidad de asuntos que ignoraba- se da cuenta, al desvelarse el misterio del asesinato del archivero, que la condición humana -en sus ambiciones- es igual, pasados los siglos, aunque las circunstancias sean muy diferentes.

Los rescatados

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