Matar es fácil, de Agatha Christie. Novela y adaptaciones.

Pocos títulos de la grande Christie parecen condensar su filosofía sobre el crimen como Matar es fácil (Murder is Easy, 1939; Easy to Kill en el mercado USA). Y, sin embargo, pocas novelas «christieanas» tan poco «christieanas» como esta.

Tal vez por eso, tal vez por otros motivos por mí desconocidos, cada una de las adaptaciones de la novela a la gran pantalla o a la de plata se ha tomado considerables libertades en lo que respecta al texto original. Tres voy a considerar hoy aquí: Matar es fácil (película de 1982, Watham); «Murder is Easy» (2009, MacDonald, segundo episodio de la cuarta temporada de la serie de ITV Agatha Christie´s Miss Marple); Matar es fácil (2023, adaptación de dos capítulos dirigida por Gaur para BBC).

En el original, la anciana señorita Lavinia Pinkerton—totalmente (mal)intencionado el apellido—se encuentra en el vagón de un tren, destino a Londres, con Luke Fitzwilliam, policía retirado recién llegado a Inglaterra procedente de las colonias del sureste asiático. Pronto hacen ambos personajes buenas migas—parece que la señorita Pinkerton le recuerda a Luke a una de sus tías—y rápido le revela la Pinkerton el verdadero propósito de su viaje: necesita comunicarle a Scotland Yard que ha sido testigo de una serie de muertes sospechosas en su pueblo, Wychwood Under Ashe, siempre precedidas por una extraña mirada que alguien le dirige a la próxima víctima, quien, según la anciana, será el Dr. Humbleby. Luke la escucha con educado (¿sano?) escepticismo, hasta que comprueba al poco tiempo en el periódico la muerte por atropello de Lavinia Pinkerton, junto con la exactitud de la última predicción de la desdichada.

De un modo algo similar a Asesinato en el Orient Express—novela también de trenes—esa primera escena de Matar es fácil resulta asimismo difícil de trasladar del papel a la pantalla. Por este problema, creo, se suceden las adaptaciones, todas ellas con sustantivos—y sustanciosos—cambios. El primero, claro, el personaje principal, Luke Fitzwilliam. La novela de Christie necesita dedicar demasiado tiempo—todo el segundo capítulo y buena parte del tercero, sin contar el primer capítulo en que se desarrolla el ya mencionado (des)encuentro—para explicarnos cómo y por qué decide el desocupado señor Fitzwilliam (los fans de Sherlock Holmes encontrarán, sin duda, un homenaje a Estudio en Escarlata en la descripción de este watsoniano personaje), abandonar sus diversiones londinenses para husmear lo que sucede en el minúsculo pueblecillo siniestro. Dejando para ninguna ocasión, porque soy demasiado fan de la Christie, lo inverosímil del planteamiento—¿por qué a la Pinkerton no se le ocurre revelar la identidad de quien cree culpable?—, cabe que nos ocupemos ahora de la credibilidad que, junto con el sexo, constituyen, a mi parecer, los dos pilares fundamentales de la novela—y de sus adaptaciones—.

«Matar es fácil … si nadie sospecha de ti». Es la frase (trunca) que da título a la novela, y podemos fácilmente imaginar las consecuencias narrativas que tiene la lapidaria sentencia pronunciada por la moritura señorita Pinkerton. En primer lugar, lo dijimos, el peculiar personaje de Luke: un hombre que, si bien no tan joven, sí se halla inmerso en el mercado de lo sexual y eso lo sumerge, a él y a sus tres versiones de las pantallas, de lleno en el caso—a propósito de lo sexual en Christie, no se pierdan la estupenda entrada que le dedicó el Dr. Valle a nuestra autora—. Lo cual le quita, claro, la credibilidad como detective, pues todas sus encarnaciones se prendan de una de las principales sospechosas. Christie lo soluciona rápidamente con la entrada del Superintendente Battle en las ultimísimas páginas de la novela—porque ella quiso contar aquí una historia sobre el poder del sexo en un pueblecito inglés—, mientras que la versión de Watham se apoya en el poder de la estadística y la computación, junto con la mayor presencia y eficiencia del agente Reed, y la de ITV, por su parte, en la ubérrima presencia de Miss Marple—¡Luke Fitzwilliam es aquí Benedict Cumberbatch!—.

Pese a los numerosos cambios que suceden en las adaptaciones—una se sitúa en los 80 y la otra, a mediados de los 50, sin ir más lejos—, tristemente, la que ha causado más feroces críticas es la de BBC (Gaur), pues, aquí, Luke Fitzwilliam es un antropólogo nigeriano y, como pueden fácilmente suponer, negro. Las críticas se dirigen, principalmente, a la incongruencia de un Luke negro, y mucho más en un pueblo inglés de mediados de los cincuenta.

Mi crítica, sin embargo, no tiene nada que ver con la perversión de la Historia—la desconozco, en su mayor parte—, sino con la «sanitización» de la historia que quiso contar Christie. Porque, curiosamente, Gaur utiliza aquí la raza de su personaje, rebautizado como Luke Obiako Fitzwilliam—la adición del Obiako se repite a lo largo de la serie como un estribillo, pues el propio Luke se apresura a corregir a quien solo usa el primer nombre y el apellido—para mediar entre el personaje de Luke y el caso, para darle credibilidad como investigador, o al menos, como el poseedor del punto de vista privilegiado: pese a los escarceos amorosos entre Luke y la sospechosa, rápido comprobamos las distancias insalvables entre el uno y la otra.

Se trata esto de algo que ya vimos en otras producciones de la BBC, como Sherlock: ante el «pansexualismo» de Agatha Christie—y las infinitas posibilidades que encierra la narrativa de Arthur Conan Doyle—, cada vez veo más el uso de la raza de algunos personajes en las adaptaciones—uso que muchos califican de «woke» pero que, creo, se trata precisamente de todo lo contrario, salvo para quienes consideran lo «woke» como un movimiento profundamente moralista, claro—como un modo de, al tiempo que se afecta una mirada ecuménica ante la realidad de la diversidad, prohibir efectivamente la unión sexual entre las razas. Como breve inciso, esto sucede muy notablemente también en Crimen en el paraíso, pese a las apariencias de la decimotercera temporada.

Esto, lo de la moderna regulación o reapropiación—(mal)adaptación—del sexo y su función en Christie, se ve rápido simplemente echando una ojeada al papel del sexo tanto en la novela, como en las tres adaptaciones: mientras que en la Christie—y en la película de 1982—el sexo se presenta bastante desatado, dentro de lo que cabía, claro—por eso no aparecen ni la Marple ni Poirot—, tanto en la adaptación de ITV como, sobre todo, en la de BBC, se controla esta sexualidad desatada. En la adaptación de ITV, con la presencia de Marple que, curiosamente, «bendice» con su mera presencia la unión de los amantes—se queda con el ojo objetivo—; en la de BBC, a través de las respectivas razas de los personajes, que hace imposible la unión.

Con todo y con eso, me quedo con Matar es fácil. Merece mucho la pena, pues nos muestra un lado de la narrativa de Christie al que no siempre tenemos un acceso tan claro: el retrato descarnado de la podredumbre, en más de un sentido, del villorrio inglés al borde del colapso del Imperio.

M.M.

P.D. Los dejo con la gran April Stevens. Ahí es nada.

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