El hombre de Calcuta, de Abir Mukherjee.

El hombre de Calcuta. Abir Mukherjee. Salamandra.

Calcuta, 1919. El cadáver de un alto funcionario del Raj británico en la India aparece degollado en una cloaca de la Ciudad Negra, uno de los distritos más pobres de la metrópoli india, un lugar extraño para un burra sahib de su categoría.

Las investigaciones son encomendadas al inspector Wyndham de la Policía Imperial, recién llegado hace pocos días de la metrópoli, sin aclimatarse y sin conocer nada de la idiosincrasia social y criminal de la ciudad.

Pese a encontrar pruebas que señalan la autoría del asesinato en la órbita de los terroristas independentistas indios, Wyndham decide llevar a cabo una investigación más profunda, abierta a otras posibilidades, pese a que eso no pone especialmente contentos a los mandatarios civiles y militares de la región.

La narración gira alrededor de los desvelos personales y profesionales por los que pasa el protagonista, el inspector Wyndham. Este es un avezado investigador criminal que sirvió en Scotland Yard, y en la Special Branch antiterrorista, lo que le dio experiencia en el mundo criminal y antiterrorista. Participó en la I Guerra Mundial, donde logró los galones de capitán—lo que llevará a que a lo largo de la novela siempre se refieran a él como capitán Wyndham—. Pero al morir su esposa y desolado por su experiencia militar, acude a la India, al ser reclamada su presencia por su antiguo jefe, el comisario Taggart, que ahora ocupa la Jefatura de la policía de Calcuta.

Wyndham es un experimentado y fino sabueso, pero llega a Calcuta muy desalentado por la muerte de su esposa y el trauma de los horrores que vivió en la guerra, que le dejan profundas huellas físicas y psíquicas. Además, tiene el problema de desconocer el territorio, y sobre todo las muy diversas gentes que pueblan la gran metrópoli bengalí. El hecho de ser una colonia del Imperio británico, y los problemas de clase y raciales, serán dos temas que influirán profundamente durante las pesquisas.

Como guía, colaborador y compañero de estas investigaciones, el protagonista contará con la figura del sargento Surrender-not Banerjee, un indio inteligente y muy preparado, hijo de un importante abogado indio, que estudió en Gran Bretaña, en Harrow y después en Oxbridge. Pese a su esmerada formación y un acento tan perfecto, digno del arzobispo de Canterbury, sirve en la Policía como mero sargento y sufre las limitaciones y humillaciones inferidas a los de su raza y condición.

Esta singular pareja deberá recorrer muy diversos escenarios, desde los grandes centros de poder y los más exclusivos clubes privados, a los callejones y rincones más pobres de una urbe compleja y multifacética. Esto mismo ocurre con sus habitantes, que van desde los más encumbrados capitanes del comercio y los altos dignatarios del raj, a las trabajadoras de las casas de prostitución, pasando por los indios con formación, apartados del poder meramente por su color y raza.

De esta forma, los protagonistas se reparten los papeles como conocimos en las magníficas novelas de James McClure, donde en la Sudáfrica del apartheid, supimos de la pareja Kramer y Zondi, un inspector blanco y un sargento negro, cada uno de los cuales, al llegar a un escenario del crimen, interrogaba a los de su raza.

Una de las vías por las que los investigadores intentan desentrañar el asesinato es intentando comprender la personalidad y actividades de la víctima, de la que se nos da noticia de:

—El señor MacAuley era el jefe del Departamento Financiero del ics en Bengala, pero sus funciones iban más allá. Formaba parte del círculo de confianza del vicegobernador, lo asesoraba en todo tipo de cuestiones políticas. Sus tareas cotidianas eran muy diversas, desde negociar el salario de los empleados de correos hasta velar por la puntualidad de los trenes.

—MacAuley era una especie de factótum para el vicegobernador, capitán. Era de familia obrera, un rufián que conseguía las cosas de manera rápida y discreta, sin que le importase mucho que alguien saliera mal parado. A un político como el vicegobernador le puede venir muy bien alguien de ese perfil.

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Pero no sólo se hablará de personas en esta novela. El autor nos hace una descripción implacable de una ciudad y unas gentes, de las que llega a afirmar:

Con la posible excepción de la guerra, no hay nada que pueda preparar del todo a una persona para su llegada a Calcuta: ni los horrores que cuentan quienes vuelven de la India entre el humo de los salones de Pall Mall, ni los textos escritos por periodistas y novelistas. Ni siquiera un viaje por mar de ocho mil kilómetros con escalas en Alejandría y Adén. Una vez en Calcuta, sus dimensiones chocan tanto que ningún inglés podría imaginarse nada tan ajeno. Robert Clive la describió como «el lugar más malvado del universo», y su visión era de las más positivas.

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Y en este cruento escenario convivirán—o se soportarán—muy diversos pueblos, desde los amos británicos a las diversas etnias de la India, sin olvidar la difícil situación de los angloindios. Sobre los pueblos indios, un excoronel británico llega a decir—y es cáusticamente respondido por el protagonista—:

De todas las razas del Imperio, la peor es la bengalí. Es que no tienen lealtad. Nada que ver con los guerreros del Punyab, que si se lo manda un sahib se arrojan a la muerte sin pensárselo. El bengalí es de una calaña muy distinta. Se pasa de listo. Siempre está tramando algo, conspirando… y hablando. ¿Por qué vas a usar una palabra si puedes soltar todo un párrafo? Así funcionan los bengalíes.

En lo de los punyabíes tenía razón: si se lo ordenaban, es verdad que se arrojaban a la muerte. Yo había sido testigo de ello. Aun así, no podía imaginar nada más deprimente que un hombre dispuesto a sacrificarse por el capricho de sus superiores, con independencia del color de piel que tuviera, y a mí me parecía perfecto que los bengalíes no se prestasen a ello. De hecho, como policía me gustaba bastante la idea de que alguien prefiriese hablar a pelearse.

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Pues el protagonista llega a una ciudad donde late una tensión importante, ya que parece que los bengalíes están ya cansados de la presencia de los ingleses:

Más allá del calor o la horrible humedad, tenía algo especial. Yo empezaba a sospechar que estaba relacionado con la gente. En los ingleses de Calcuta se observa una arrogancia muy particular que no se da en muchos otros bastiones del Imperio, y que podría ser fruto de la familiaridad; a fin de cuentas, los ingleses llevaban ciento cincuenta años mandando en Bengala, y daban muestras de considerar bastante despreciables a los nativos, sobre todo a los bengalíes.

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A lo largo de la narración conoceremos de la existencia de diversos movimientos independentistas, eso sí, con muy diversas estrategias, que van desde los que proponen la actividad terrorista y el establecimiento de relaciones y alianzas con países o pueblos enemigos de los británicos, a otros que promulgan la vía no violenta, alentados por un abogado indio que ha regresado de Sudáfrica, un tal M. K. Gandhi.

La novela, mientras nos cuenta las peripecias policiales y hace una semblanza de la tensa situación social que se vive en Calcuta, nos va dando pinceladas de la vida en esta metrópoli, y así en lo referente al consumo de opio, el autor relata:

el opio sólo es ilegal para los trabajadores birmanos. Su posesión está permitida incluso para los indios censados. En cuanto a los chinos… Pues difícilmente podríamos prohibírselo, qué diantre, después de luchar en dos guerras contra sus emperadores por el derecho a venderlo en su país. Y vaya si lo habíamos vendido; tanto que habíamos logrado extender la adicción a una cuarta parte de la población masculina, cosa que, pensándolo bien, probablemente convirtiese a la reina Victoria en la mayor traficante de drogas de la historia.

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Con cierta retranca se nos ofrecen diversas pinceladas sobre el escenario y la vida cotidiana en la gran capital bengalí. En esta línea, cuando se habla del edificio Writers’ Building, sede del poder británico, y  en general de la arquitectura colonial nos enseña:

ante el número de estatuas e inscripciones en latín, a un extranjero que lo viera se le podría perdonar que no atribuyese la colonización de Calcuta a los ingleses, sino a los italianos.

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o ante un cartel en la entrada del muy exclusivo Bengal Club:

«PROHIBIDA LA ENTRADA DE PERROS E INDIOS

            A PARTIR DE ESTE PUNTO»

Surrender-not captó mi desagrado.

Además, en ciento cincuenta años los británicos han conseguido logros que nuestra civilización no había conquistado en más de cuatro mil.

            —Ni más ni menos —terció Digby.

            —¿Por ejemplo? —pregunté.

Los labios de Banerjee esbozaron una sonrisa.

            —Pues, mire, no hemos conseguido enseñar a leer a los perros.

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o hablando del singular carácter de los oriundos escoceses:

Había que reconocer que a los escoceses se les daba especialmente bien la cólera de Dios. De hecho, gran parte de su clero parecía tener una fijación con el tema del infierno. ¿Sería por envidia? A fin de cuentas, en el infierno hacía mucho más calor que en Escocia.

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o ante un retrato del rey Jorge V ….

estaba debajo de otro retrato de cuerpo entero de Jorge V, esta vez con todas sus galas militares y cierto aire de estreñimiento. Siempre me sorprendía su parecido con el káiser Guillermo. Las diferencias entre ellos, a mis ojos, se limitaban al cuidado del vello facial. Si se hubieran intercambiado los uniformes, seguro que nadie se habría dado cuenta. Incluso para ser primos se parecían más de lo normal. Qué triste que hubiera muerto tanta gente por lo que básicamente había sido una disputa familiar…

El hombre de Calcuta.

Además de estas cáusticas pinceladas de la vida y las gentes de Calcuta, hay una serie de personajes que destacan en la narración y acompañan a nuestros protagonistas. El líder separatista Benoy Sen, el taimado subinspector Digby, el jefe Taggart, jefe de la policía de Calcuta, o el tremendo reverendo Gunn, un clérigo de la Iglesia escocesa, que ante su contundencia lleva a afirmar al protagonista:

ante la posibilidad de que el noventa y nueve por ciento de los habitantes del cielo fueran escoceses … de repente no me pareció tan mala opción ir al infierno.

El hombre de Calcuta.

Pero hay dos personajes que brillan especialmente. Uno es Buchan, un magnate del yute y el caucho, con el que nos enteramos de que el proceso de deslocalización industrial desde Europa a Asia ya comenzó en aquellos tiempos, y que además es quien gobierna la ciudad a efectos prácticos.

El otro es la angloindia Annie Grant, una eficiente y hermosa funcionaria del raj, que vive la desdicha de no ser reconocida ni por los blancos, ni por los indios. Recordemos en este sentido la trágica historia que nos relató Georges Cukor en su película Cruce de destinos, con una deslumbrante Ava Gardner, que encarnó las duras circunstancias de una angloindia.

Esta novela está inmersa en la gran tradición de novelas de intriga en las, que tanto autores indios o extranjeros, utilizaron los escenarios y gentes indias para ofrecernos grandes historias noir. Entre los muchos que podemos citar destacamos al gran Saradindu Bandyopadhyay, con su holmesiano personaje Byomkesh Bakshi, ambientado en la primera mitad del siglo. y ya, más recientemente, recomendamos Seis sospechosos, de Swarup Vikas, una de las mejores novelas noir de las últimas décadas.

Con todos estos elementos les recomiendo se lancen a la lectura de esta fascinante y apasionante historia de intriga criminal, que de paso nos ofrece un lúcido y poco habitual fresco de una sociedad, como era la de la India de entreguerras.

José María Sánchez Pardo.

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