Fuego nocturno, de Michael Connelly.

Fuego nocturno, Michael Connelly. Alianza.

Nueva entrega de uno de los autores icónicos del noir de los últimos años. En esta ocasión, Connelly vuelve a echar mano de varios de los personajes de sus últimos títulos. El protagonismo principal se lo da a su famoso exdetective del DPLA, Departamento de Policía de Los Ángeles, Harry Bosch, que comparte cartel con la más reciente propuesta de Connelly, la detective del DPLA, Renée Ballard. Entre los dos irán investigando y resolviendo diversos casos en los que coinciden, o bien trabajan en casos propios. También aparece de forma más secundaria el hermanastro de Bosch, el abogado Michael Haller, que también estará involucrado en alguna de las pesquisas, y servirá para mostrarnos las prácticas del mundo de los abogados penalistas.

Alexander Vidal para The Times.

Los casos que han de enfrentar estos investigadores son de lo más variado. Desde el asesinato—más parecido a una ejecución—, de un joven, muchos años antes del momento en que se sitúa la acción—alrededor de 2019—, pasando por el asesinato de un famoso juez muy respetado por su firmeza y sabiduría, en un parque público contiguo a los juzgados, así como la muerte en extrañas circunstancias de un indigente, que muere abrasado en el incendio de una tienda de campaña en una zona que sirve de refugio a personas sin techo. La narración va saltando de un caso a otro, pues, excepto por cierta conexión entre dos de ellos, son casos independientes de entrada.

La narración se centra en lo complicado que resulta la investigación de ciertos casos criminales, pero nos ofrece un detallado documental de los problemas y sutilezas de los procedimientos legales y policiales. En cuanto a los legales, mientras en entregas anteriores de esta serie se hacía una fina disección del tema de la custodia de pruebas, en esta ocasión, Connelly pasa por el microscopio el tema del uso de los restos de ADN, señalando algunos problemas que tiene su uso y, además, advirtiendo de cómo la presencia de restos de ADN puede cegar la labor policial, dejando de lado otros indicios y pistas que habría que investigar.

En cuanto a la labor policial, la novela nos trae las luces y las sombras de esta. Partimos del hecho de que los protagonistas son unos policías poco comunes, Bosch jubilado, con una salida poco airosa del DPLA, y que Ballard trabaja en el turno de noche, como castigo por haber denunciado a un mando por acoso. Del resto de policías y sus mandos se muestran tanto su profesionalidad, como sus debilidades. Veremos cómo son las terribles rencillas entre departamentos, y también dentro de los mismos. Se muestra los estragos a los que aboca la abulia, rigidez y falta de medios en la actividad policial, y el autor no duda en analizar ciertas acciones policiales que en estos momentos están muy en el candelero, como es el problema de los muertos afroamericanos en actuaciones policiales, y las quejas sociales como es el movimiento Black Lives Matter.

El autor nos muestra las muy diversas facetas de este terrible problema, tanto desde el lado de las víctimas, como desde el de los agentes de policía. Connelly rezuma conocimiento de la vida cotidiana de los policías y, sin llegar a ser un Joseph Wambaugh, nos muestra las diversas caras de la interioridad de esos hombres y mujeres.

En cuanto a la actividad legal, Connelly pone también el microscopio a funcionar, pues, gracias a la presencia del personaje del abogado Michael Haller, se nos muestran las muy diversas prácticas que se dan en el mundo de la abogacía, que van desde el trabajo intenso, que permite el cuestionamiento de acusaciones excesivamente simples, cuando no interesadas, por parte de la policía y los fiscales, a actuaciones por parte de algunos abogados, que los convierten en meros delincuentes.

Este lúcido e implacable análisis de la forma de investigar el crimen y los procedimientos para impartir justicia, en el que de todos los actores de ese entramado—policías y fiscales, abogados, e incluso jueces y jurados—, se muestran sus fortalezas y debilidades, da la idea de que todos ellos son necesarios en el intento, no siempre posible, de que los depredadores sean castigados, y las víctimas, sean resarcidas o vengadas. Connelly no se decanta por ninguna de estas tres patas del sistema legal y, aun señalando sus errores, propone una buena actuación desde cada uno de esos lados, pues ello permite que unos compensen la ineficiencia o directamente la mala fe, ignorancia, o estupidez de los otros.

En cuanto a los personajes, el gran número de investigaciones que aparecen en la novela multiplica la nómina de estos. Aparecen buen número de policías, fiscales, jueces y abogados, de muy diverso pelaje, en los que veremos tantos tipos y comportamientos, como son posibles en cualquier otro ser humano. Hay un personaje muy especial, el antiguo policía John Jack Thompson, en cuyo funeral se inicia la novela, y que es la razón por la que Bosch ha de iniciar una de las investigaciones narradas, del que se da un duro y poliédrico retrato mientras van saliendo a la luz diversas informaciones del caso que le deja a su antiguo compañero Harry Bosch.

En cuanto a la galería de maleantes los tenemos de muy diverso pelaje. Desde abogados delincuentes—eso sí, con buena ropa y exquisitas maneras—, a un desconectado jefe de una banda de traficantes—que nos relatará la profunda homofobia del mundo delictivo—, pasando por un singular asesino profesional, que tiene toda la pinta que Connelly volverá a echar mano del mismo en futuras entregas de la serie.

Volvemos a encontrarnos con Renée Ballard, una joven policía que ha sufrido acoso laboral, y que tiene un modo de vida bastante alternativo, pues, tras su turno de noche, habitualmente duerme en una tienda de campaña en la playa, y su mayor pasión es dedicarse al surf a remo. Es una policía tenaz, intuitiva y humana, que hace suyos los casos, lo que la enfrenta al burocratismo y despego de su labor en el que están inmersos sus compañeros.

Pero el gran protagonista de la novela vuelve a ser Harry Bosch, el antiguo detective del DPLA, que ya retirado, se ve inmerso en la resolución de casos criminales, como investigador de su hermanastro, el abogado Michael Haller, pese a las reticencias de Bosch para trabajar en la trinchera que, como policía, siempre vivió como enemiga. Pero donde vuelve a brillar es en la resolución de casos del pasado, que por diversas razones fueron archivados sin resolver. Esta línea de argumentación está muy en boga en el noir, y ahí tenemos los ejemplos de las últimas novelas del inspector John Rebus, del autor escocés Ian Rankin, las aventuras del Departamento Q, equipo de la policía de Copenhague de Jussi Adler-Olsen, o la reciente Durante la nevada, de Luis Roso. Un caso un poco especial es La hija del tiempo de Josephine Tey, en que la autora británica pone a trabajar a un inspector de Scotland Yard, Alan Grant en la resolución de unos crímenes acaecidos …. a finales del siglo XV.

El Bosch que presenta Fuego nocturno no es el joven detective que volvió de Vietnam, y que conocimos en Eco negro, sino un hombre que frisa los setenta, con numerosos achaques físicos, y al que solo la presencia de su hija Maddie parece dar una cierta luz en su solitaria vida. Pero el que siempre está es el Bosch investigador, tenaz, curioso y dispuesto a saltarse las normas, con tal de descubrir y detener a delincuentes. Sobre su actitud como investigador se afirma en el libro:

Bosch sabía que siempre había preguntas sin respuesta en cada asesinato y en cada investigación. Los ingenuos los llamaban cabos sueltos, pero nunca lo eran. A Bosch se le quedaban atados, le apretaban y en ocasiones lo despertaban por la noche. Pero nunca estaban sueltos y jamás se libraría de ellos.

Fuego nocturno.

Renée Ballard y Harry Bosch forman una singular pareja de sabuesos, con estilos distintos, pero unidos en un mismo afán justiciero. Pero hay algo que los diferencia generacionalmente: la música que escuchan, él se decanta por una grabación en directo de Charles Mingus en el Carnegie Hall, elegida por la versión de veinticuatro minutos de C Jam Blues, mientras ella escoge para ponerse las pilas canciones dispares de Muse, Black Pumas o Death Cab.

El escenario en que transcurre la narración se sitúa en Los Ángeles, pero no la ciudad glamurosa y moderna. Se nos muestra una ciudad con grandes desigualdades, donde existe grandes bolsas de miseria, y donde la vida es muy dura. Se nos habla de las bandas de pandilleros, de tráfico de drogas, y de una juventud bastante desencantada y desnortada. Y pese a los esfuerzos de Bosch y Ballard, la sensación que nos queda es que mejor no nos veamos metidos en ningún lío criminal, pues el sistema legal-policial es poco eficiente y manejarse en él es como poco, oneroso.

El estilo de la novela está marcado por la presencia de varios investigadores y diversas pesquisas. El autor va saltando de personaje en personaje y de investigación en investigación, muchas veces en paralelo, y de vez en cuando simultáneas. Este es un modelo que ya se ha usado en el noir y, como ejemplo, puedo citar la fantástica novela Doble, firmada por Bill Pronzini y Marcia Muller, donde aparecían sus grandes personajes, el detective sin nombre, Nameless, y la también detective privada Sharon MacCone.

Este modelo de varias investigaciones paralelas es ya un clásico, y nos da la sensación de que resulta la novelización de los guiones para una serie. Ya hemos hablado en otra entrada sobre la gran serie televisiva Bosch, y nos da la sensación de que esta novela, como alguna anterior, resulta la novelización de los guiones de una temporada televisiva. No debemos sorprendernos de esta fórmula, pues un autor muy acreditado como era Andrea Camilleri nos propuso en sus últimas entregas, la novelización de los episodios de la serie televisiva que nos traían las aventuras de su gran personaje el comisario Salvo Montalbano.

La novela es muy, pero que muy recomendable, pues además de traernos la narración de una serie de investigaciones criminales apasionantes, su autor nos devuelve a un personaje clásico del noir, el investigador justiciero, que aunque en este caso sea miembro de las fuerzas policiales, se le puede atribuir lo que el gran Paco Ignacio Taibo II subrayaba en el caso del detective privado nameless de Bill Pronzini, y que escribía en el prólogo de Doble en su edición en Júcar:

fue a la búsqueda del mito del detective privado, como uno de los pocos mitos norteamericanos dignos de salvación. Individuo solitario, moral de vengador aislado, rescate de la justicia unipersonal contra la ineficiente (o eficiente) injusticia del sistema. Soledad. vengadora, en suma.

«Prólogo», Doble.

José María Sánchez Pardo.

Disponible en la librería Estudio en Escarlata.

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