Almas muertas, de Ian Rankin.

Almas muertas, Ian Rankin. RBA.

Joy Division, «Dead Souls».

En el Edimburgo de finales de los noventa, el inspector John Rebus va a tener que enfrentarse a una serie de crímenes: unos recientes, otros del pasado, e incluso tendrá que vérselas ante la prevención de que ciertos criminales lleven a cabo sus malvadas prácticas. Estas historias estarán, o no, relacionadas, y la narración nos llevará a compartir los esfuerzos de Rebus por dar luz a desapariciones, presuntos suicidios y, de paso, a impedir la vesania de ciertos delincuentes.

El ánimo de Rebus no pasa por sus mejores momentos—de ahí el título de la novela y el tema de Joy Division con el que iniciamos esta entrada—. La muerte de su compañero Jack Morton, y el que su hija Sammy esté en una silla de ruedas, hacen que el ya sombrío temperamento de Rebus esté en momentos muy bajos. Esta situación lo lleva a cuestionar incluso su labor como policía, hasta extremos como el siguiente:

Y, una vez más, enmudeció el discurso de Rebus, el discurso en el que quería explicar que había perdido la vocación, el optimismo sobre la labor y el sentido de la existencia de la policía. Que aquellos pensamientos lo asustaban, le quitaban el sueño o le dejaban las cicatrices de las pesadillas.

Almas muertas.

Con tan sombrío talante, el protagonista ha de desentrañar una serie de situaciones intrigantes y peligrosas. Las extrañas circunstancias que se han dado en la muerte de un policía, Jim Margolies; la desaparición del joven Damon Mee, hijo de unos colegas de su infancia; la inquietante presencia del asesino en serie en Edimburgo, Cary Oakes; la salida de la cárcel del pederasta Darren Rough, con las indignadas reacciones populares que este hecho acarrea.

Rebus se lanzará, como en él es costumbre, en cuerpo y alma a todas estas investigaciones, lo cual nos irá llevando de un caso a otro, permitiendo, cuando corresponda, establecer singulares y sorprendentes relaciones entre las mismas.

Kinshaldy beach, Fife, Escocia.

Por las circunstancias de estas pesquisas, el autor nos mostrará aspectos de la infancia y adolescencia de Rebus, ya que buena parte de la narración se sitúa en Fife, población anexa a Edimburgo, donde discurrió la infancia y adolescencia de Rebus. Y parece que el lugar ya dejó su impronta en el carácter de este duro policía, pues se afirma del lugar:

[U]n paisaje industrial moldeado por las necesidades básicas y semillero de personas desconfiadas e introvertidas con el humor más negro que uno pudiera encontrar.

Almas muertas.

Si su actividad policial es cuestionada por el protagonista, no lo es menos el aparato judicial, del que se llega a afirmar:

[L]o cierto era que, tras el esplendor de la arquitectura, el peso de la tradición y los elevados conceptos de la justicia y la ley, aquel era un lugar que encerraba un inmenso y continuo dolor humano, un lugar donde se arrancaban historias brutales, donde se reproducían imágenes atormentadas como si fuera el pan de cada día. Se pedía a gente que creía haberlo dejado todo atrás que ahondara en los momentos más secretos y trágicos de su pasado. Las víctimas relataban sus historias, los profesionales esgrimían datos objetivos sobre emociones ajenas y los acusados hilvanaban su propia versión de los hechos para cortejar al jurado.

Almas muertas.

o sobre la idea de los policías sobre el sistema judicial ….

Y era allí donde todos los agentes aprendían prematuramente que verdad y justicia no eran de ningún modo aliadas, y que las víctimas eran algo más que bolsas de pruebas policiales, grabaciones y declaraciones.

Almas muertas.

Otro gran tema que se trata en esta novela es el de la pederastia, su control y erradicación. Rebus es especialmente sensible con este delito, que logra sacarle de quicio—aunque en Rebus tampoco es difícil conseguirlo—, y afirma sobre los pederastas:

A Rebus le repugnaban. No tenían cura, no cambiaban. Eran insaciables. Cuando se integraban de nuevo en la sociedad, no tardaban en volver a las andadas. Eran controladores, mentalmente débiles, patéticos. Eran como adictos que no podían pasar sin su dosis. No había medicación para tratarlos, y la psicoterapia no parecía surtir efecto. Veían debilidad y tenían que explotarla; veían inocencia y tenían que explorarla.

Almas muertas.

Otro ámbito que recibe las iras de Rebus es el de la prensa amarilla o tabloides—aunque se pregunta si realmente queda eso que se hacía llamar “prensa seria”—. Le reprochará tanto el tratamiento poco ajustado a la verdad de sus crónicas, como el amparo que dan a peligrosos delincuentes, a los que conceden el privilegio de considerarles como fenómenos sociales, pero únicamente logrando la cuestionable notoriedad de semejantes alimañas. En eso no anda lejos de lo que vimos en Echadme a los lobos, de Patrick McGuinness, que desarrolló minuciosamente este sangrante asunto.

El estilo de Rebus es apasionado, tenaz, y hasta podríamos decir que agresivo, no extrañándonos que sus intuiciones le justifiquen saltarse todas las normas de su profesión. Aun siendo un lobo solitario, comparte sus obsesiones con su compañera Siobhan Clarke, que, a estas alturas de la serie, aún es una mera agente de policía. Rebus se obsesiona con sus pesquisas, y no queda tranquilo hasta que no les da luz, aunque en algún caso vea cómo los delincuentes se libran de su castigo por formalidades legales o impericia policial.

En un momento de la novela admitirá su admiración por lo que llama “polis locos”, que serían aquellos que siguen un caso a lo largo de los años. De esta forma, nos introducirá a Alan Archibald, un expolicía que tiene un misterio que resolver, y una cuenta que saldar con alguno de los criminales que aparecen en esta novela. En esto nos recuerda la figura del policía soviético Viktor Burakov, que persiguió durante doce años al asesino en serie Andrei Chikatilo, una historia real, pero que mejora cualquier relato de ficción.

A la derecha, Viktor Burakov.

Como es habitual en las novelas de Rebus, lo acompañaremos en sus rondas alcohólicas, sus incompatibilidades amorosas, sus ácidos comentarios sobre la labor de los policías escoceses, o su ambivalente relación con lo religioso, que en esta ocasión se ve oscurecida por los temas de pederastia. Rebus nos regalará con sus comentarios llenos de socarronería y un cierto tinte vitriólico, como en el momento en que compara un concurso de belleza infantil con un concurso canino.

Como ya es marca de la casa, toda la narración tendrá de fondo musical una playlist de música variada y contundente, en la que se alternan desde el “Goat’s Head Soup”, de los Rolling Stones, o Brian Eno, a bandas de rock escocesas como Light of Darkness o Writing on the Wall, con un sorprendente guiño a la música disco con Chic, Le Freak.

Esta décima entrega de las peripecias del inspector John Rebus contiene toda la fuerza y atractivo de esta gran serie, eso sí, teñida con una dosis especial de amargura y desaliento, que no impide que su lectura sea tan subyugante como el resto de las novelas de este gran escritor, que para algo es uno de los más grandes del noir contemporáneo y, por supuesto, el boss de lo que se da en llamar tartan noir.

Para dejar un gusto menos amargo les recomendamos—por indicación del propio Rebus—esta bailona canción, «Le Freak», de Chic.

José María Sánchez Pardo.

Disponible en la librería Estudio en Escarlata.

Chic, «Le Freak».

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