Bajo la dura luz, de Daniel Woodrell.

Bajo la dura luz, Daniel Woodrell. Sajalín editores.

A la imaginaria ciudad de Saint Bruno, en Luisiana, y a las orillas de un gran río ¿el Missisippi?, llega Jewel Cobb, un joven macarra de pueblo, que pretende ascender en el mundo de la delincuencia, a través de un encargo hecho por un pariente.

Mientras tanto, el concejal de Saint Bruno, Alvin Rankin, es asesinado en su domicilio, y el ser un hombre de color, con grandes perspectivas en la política local, hace de la investigación policial un asunto realmente peliagudo.

Las pesquisas le son encomendadas al detective de la policía local, René Shade, un hombre que conoce bien el terreno, por haber nacido en Saint Bruno, y tener bien cogido el pulso a la delincuencia local.

Este ex boxeador frustrado, medio irlandés medio francés, es un hombre íntegro, pero que mantiene una singular filosofía en su profesión ….

«Ahí es donde Shade pensaba que su vida podía marcar la diferencia. No lo guiaba un amor total por la ley y el orden, pero estaba más a favor que en contra y eso, según él, lo hacía ser razonable. Aquel era el culmen de sus aspiraciones.»

Con estos prolegómenos, Woodrell nos ofrece una apasionante narración de intriga criminal, en la que habrá variados asesinatos, con una policía que intenta desesperadamente entender qué está ocurriendo, y de paso se nos describe la vida delictiva de la ciudad.

Pero, como en otras novelas del autor, este nos ofrece un rico y fascinante retrato de un mundo poco conocido, como es el de una ciudad de Luisiana, inmersa—y nunca mejor dicho—en el pantanoso Bayou.

En esta novela el escenario marcará carácter en el relato. Nos encontramos en una imaginaria ciudad de unos doscientos mil habitantes, en 1981, pues acaban de estrenar en los cines En busca del arca perdida. La ciudad no resulta especialmente rica, y se nos muestran sus barrios marcados por la identidad de sus grupos: Frogtown—el de origen francés—o Pan Fry—el de los afroamericanos—.

Pero la otra gran presencia es la de un gran río apestoso, y el Marais du Croche, un enorme pantano retorcido, un lugar que abruma a la ciudad con sus mefíticas miasmas, y donde cualquiera puede perderse o llevar a cabo las más arteras felonías.

Estas presencias físicas parecen haber moldeado el carácter de sus pobladores ….

«La bandera del progreso social no ondeaba al frente de una multitud unánime, y Saint Bruno era, y lo había sido durante mucho tiempo, una ciudad de desconfianzas tenaces y convicciones dispares. Los habitantes de Saint Bruno estaban imbuidos de una mezcla desagradable de orgullo ancestral, dureza egoísta e ignorancia intencionada que servía para producir una generación tras otra de ciudadanos solo ligeramente menos estrechos de miras que la generación que había puesto los adoquines que aún cubrían las calles.»

Y la asfixiante atmósfera marca la conducta de sus habitantes, que para combatir el aburrimiento ….

«Si el aburrimiento solo generaba más aburrimiento, quizá entonces ya se encargarían de tomar prestado algo con piezas cromadas y tapizado por encargo con lo que escapar de ese estado crónico.»

Y si la naturaleza que rodea a los ciudadanos es hostil y mortífera, estos resuelven que: «vivimos en América, y eso significa que puedes tener todo lo que puedas trincar, pero conservarlo ya es asunto tuyo.»

Los delincuentes del lugar parecen estar empapados en estas venenosas miasmas, que les hace considerar, por ejemplo, al pardillo macarra de Jewel Cobb

«él podría ser el tontolaba perfecto para apretar el gatillo cuando nosotros queramos.

Si en Sears tuvieran un catálogo de tontos, este se llevaría la palma. El macarra nos viene que ni pintado.»

o en lo referido a nuevos nichos de negocio, se plantean cínicamente …

«—¡Ja! —exclamó Sundown—. No estás al día, nene. Ahora son los maestros los que compran droga. La necesitan más que sus alumnos.

—Entiendo. O sea, que eres un garante de la educación pública.

—Tengo ese sentido cívico, sí.»

y en esta localidad, cuya delincuencia la compara con la mítica Chicago, se nos muestra como ha ido evolucionando las formas de violencia …

«partir cabezas era una especie de deporte divertido que se practicaba al salir de misa, pero usar una navaja se consideraba un signo de naturaleza afeminada. Claro que él era irlandés.

En la época en que Shade llevaba zapatos brillantes de punta afilada, las navajas eran algo vulgar, y las pistolas de acción simple eran un signo de madurez. En estos tiempos, a veces uno tenía la impresión de que cualquier quinceañero que se preciase había disparado a alguien al menos una vez con un fusil de asalto. La violencia había perdido el toque personal, la supervivencia había perdido su componente de orgullo y había sido sustituida por las cobardes posibilidades que ofrecía la tecnología avanzada.»

Si el retrato del mundo delictivo es apabullante, no le queda a la zaga el de las autoridades policiales o políticas, en las que la estupidez, violencia y corrupción parecen florecer con la misma intensidad que la vegetación del pantano.

Les recomendamos no pierdan de vista las apariciones de How Lanchette, el compañero de René Shade, quien al interpelar a Lanchette por su grosería en el trato con testigos y sospechosos, le lleva a afirmar …

«Podría decirte que es porque eso hace reaccionar a la gente, les hace soltar cosas que me facilitan el trabajo.

La verdad es que la gente me parece un coñazo la mitad del tiempo. Me aburren sus chorradas. En pequeñas dosis no me importan, pero, en fin, deberías sorprenderme, no darme sueño.»

y plantea unas singulares ideas sobre la criminalidad …

«Los que de verdad me tocan los huevos son los que dicen: «Es culpa de la sociedad» —dijo, impostando la voz—. «Con ocho años no tenía bicicleta, Señoría, así que no se me puede reprochar que le metiese unos clavos a martillazos en la cabeza a la monja y violase al cura cuando tenía veinte años.» Joder, tío, me crie en la mierda»

Tampoco deben perderse a un inoperante, pero popular, capitán de policía que cuando trabaja imita los gestos de famosos actores, como Rich Little, Broderick Crawford, Bogart, o Matt Dillon.

Pero el cinismo alcanza su máximo grado al describir el hablar de la política local, y especialmente en el retrato del alcalde con sus gestos …

«Los espasmos involuntarios de su mirada triste, la comprensiva condolencia de su endeble nobleza…, eran las palabras aprendidas de memoria de un actor político. El alcalde Crawford las recitaba todas con la soltura de un Laurence Olivier pragmático—.

pues era más fácil tratar con un profesionalismo venial que lucía las etiquetas tradicionales del poder, la riqueza y la posición social, que con un altruismo sincero, pero combustible, que solo buscase la victoria total o la condición de mártir.»

Como es también marca de la casa, el autor nos ofrece la afanosa historia familiar del policía protagonista, donde las relaciones paternofiliales, y especialmente las fraternas, no pueden dejar de remover nuestra sensibilidad, por su intensidad y crudeza (no se pierdan la escena final entre el protagonista y uno de sus hermanos, que nos plantea una singular fórmula de amor fraterno).

Hasta ahora sólo he citado a personajes varones, pero en esta novela, las mujeres que aparecen dejan una huella imborrable, pues resultan personajes de una energía y decisión impactantes, así como despliegan una sensualidad decidida que no deja de atraernos. En más de un momento uno podría darles a estas mujeres, la cara de quien fue considerada uno de los animales más bellos del mundo: la inigualable Ava Gardner. Este fenómeno de mujeres decididas y de una pieza, que contrastan con varones desaliñados y esperpénticos, parece casi una tendencia en los últimos años del noir, recordemos lo afirmado sobre este tema en otra gran novela country noir, como es Como leones, de Brian Panowich, o en la recientemente publicada Empezamos por el final, de Chris Whitaker. De todas formas la presentación de mujeres de fuerte carácter y decidida actitud ante la vida, no es extraña en la obra de Daniel Woodrell, que ya nos regaló con la historia de Ree Dolly, su gran protagonista de Huesos del invierno.

Con esta Bajo la dura luz, Daniel Woodrell nos ofrece una gran historia noir, que en esta ocasión se sitúa en lo que es llamado el bayou, las zonas pantanosas y marjales del delta del Mississippi, que se extienden por Louisiana, el este de Texas o alguna zona de Alabama, y como otros grandes autores del noir como James Lee Burke o Joe Lansdale que sitúan sus historias en esos lugares y entre esas gentes, hace una gran descripción de las comunidades de cultura cajún y creole, mostrando las luces y las sombras de unas gentes de vida muy dura, y que desarrollan un estilo de vida algo diferente al de otras zonas de ese variopinto país que es los EE.UU.

Esa gran capacidad de contarnos grandes historias en comunidades de identidades muy singulares, ya lo hizo con sus novelas situadas en la meseta de Ozark, con la cultura «hillbilly» de sus montañeses. Recordemos la ya citada Los huesos del invierno (Winter’s bone), o La muerte del pequeño Shug.

Daniel Woodrell es considerado como el creador del término “country noir” que englobaría las novelas situadas entre comunidades pobres, rurales y con marcados rasgos culturales muy diferenciales de los patrones estándar norteamericanos—sobre todo en su relación con la legalidad—y donde las actividades delictivas tienen algunos rasgos singulares.

El country noir nos ha regalado con estupendas novelas, como las de Chris Offutt, Noche cerrada o Los cerros de la noche; las de Brian Panowich, Bull Mountain o Como leones; Tawni O’Dell, con sus magníficas Ángeles en llamas o Uno de los nuestros; John Grisham, El secreto de Gray Mountain; Tom Bouman, Huesos en el valle, y, bajo esta denominación, podemos situar de igual forma las series de novelas de Craig Johnson, con su comisario Longmire o las novelas de Tony Hillerman en la nación navajo.

Si tienen ocasión, no se pierdan esta gran novela, que sin necesidad de gran extensión, nos ofrece una historia noir llena de tensión, emoción y acción, con ciertos toques de una sorna tan negra como el alquitrán o el lodo del pantano que rodea toda la acción.

José María Sánchez Pardo.

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