Dead Body Road: Bad Blood. Cómic.

  • Guionista: Justin Jordan
  • Dibujante: Benjamin Tiesma
  • Color: Mat Lopes
  • Image Comics

“La jodida Bree Hale”

Sí, Bree Hale. La Bree Hale que de adolescente vivía en el bosque y cazaba animales para alimentarse ella misma y su hermano pequeño, Hunter, cuando el inútil de su padre desapareció por fastidiar un timo a la Seguridad Social. La Bree Hale que se hizo contrabandista, la Bree Hale que se enroló en el ejército y que ahora, de vuelta en las montañas que la vieron nacer, regenta un bar. Esa Bree Hale que se volverá una china en el zapato de Monk, el mandamás de la población en la que vive y que es el que da trabajo a esa pequeña población redneck gracias al negocio de la metanfetamina. ¿Y todo por qué? Por Hunter Hale, ese hermano pequeño que ha crecido para meterse en las bragas que no debe y al que Monk quiere torturar salvajemente unos cuantos días hasta que ya no le quede sangre con que mancharse el traje y pueda enterrar en alguna zanja perdida lo que quede de Hunter.

Ahora, que la venganza de Monk tampoco es que sea algo injustificado. La gente tiende a prejuzgarle en estos temas sólo por ser un jefe criminal, un asesino a sangre fría y una mala persona en general; si a alguien hay que culpar es al imbécil de Hunter, incapaz de pensar –al menos, no más arriba de la entrepierna- hasta que es tarde y, cuando se pone, sólo piensa en cómo encontrar a su hermanita mayor, que le lleva sacando de líos desde un cuarto de hora después de nacer. Bree ya sabe todo eso, pero la sangre es más espesa que el agua y que te manden un asesino psicópata, a que te ate, torture y queme tu casa contigo dentro si no dices dónde para tu hermano –aunque no lo sepas-, no va a hacer que aprecie más el punto de vista de Monk. Entre todos, se encuentra Dane, el exnovio de Bree, que es el policía que se autoasigna el caso para que impere el orden y la ley (o, más bien, para que Bree llegue al fin de semana respirando todavía).

Justin Jordan vuelve a usar el título Dead Body Road para contarnos una historia de venganza sin tregua, pero dando otra vuelta de tuerca: si en la primera miniserie (ya analizada aquí) el protagonista es un tipo duro que quiere una venganza plenamente justificada, en esta ocasión la venganza plenamente justificada es la de Monk, que ha perdido por culpa de la estupidez e inmadurez de Hunter Hale lo que más quería, y la protagonista, Bree, deberá emprender una carrera suicida para salvar a su descerebrado familiar.

Jordan, como suele ser habitual, va al grano con un primer número en el que se presenta a todos los personajes, el conflicto y prende la mecha. ¿Después?, acción pura y dura. El que quiera hondura psicológica no debería acercarse a esta miniserie puesto que el guionista no elabora complicados perfiles psicológicos para sus criaturas, sino que se centra en crear arquetipos que conduzcan la acción del punto A al punto B y de allí a la conclusión. Eso sí, contados de una manera rápida y, en buena medida, furiosa. Lo que debería dar un buen relato de acción, en definitiva; un terreno en el que Jordan se mueve como pez en el agua y para el que sabe qué es lo que se necesita. Todos sus personajes son gente dura de las montañas, acostumbrados a pasar penalidades y a mancharse las manos; movidos por el orgullo de defender lo suyo, no porque de verdad valga nada sino porque eso “suyo” es lo único que tienen en este mundo (Monk su familia, Bree su hermano y Dane la esperanza de volver con Bree).

La galería de personajes emplea arquetipos que ya hemos visto más de una vez: la protagonista dura de pelar con más de lo que se ve a simple vista, el criminal despiadado pero inteligente, el hombre joven pero suficientemente atontado y el policía bienintencionado pero no ingenuo. A estos cuatro se une Will, el anciano lugarteniente de Monk, que es esa voz de la razón a la que en ningún momento se escucha, pero que estará al lado de su jefe ora para ayudarle, ora para vigilar que no se le vaya la mano y haga una estupidez. Mediante esta técnica Justin Jordan presenta sin preámbulos unos personajes con los que, aun asumiendo su escasa profundidad, es capaz de transmitirnos cierta complejidad en sus caracteres -mostrándonos las contradicciones de sus posiciones con cuentagotas, sin pasarse- y nos pone frente al dilema de qué haríamos si fuéramos ellos, porque ninguno de ellos es bueno en el sentido clásico (ni siquiera Dane, que hace lo que hace no por deber sino porque aún sigue enganchado de Bree) pero todos tienen razones, con las que el lector puede empatizar, para actuar de esta o de la otra manera.

Por el camino tenemos unas cuantas secuencias efectivas e, incluso, afectivamente intensas (el monólogo expositivo de Monk, que abre la historia y nos da lo básico para que nos enganchemos, se me viene a la cabeza ahora mismo, o todas las secuencias en que aparece su esposa, por dar dos ejemplos). En toda la miniserie se prescinde de los cuadros de diálogo, dejando todo el peso de la narración sobre el dibujo y los diálogos, ganándose dinamismo a riesgo de perder efectividad si el dibujante no dominase bien las expresiones faciales.   

Cambiamos, frente a la primera miniserie, las míticas carreteras estadounidenses por las no menos míticas montañas. Nunca se nos explicita en qué lugar de Norteamérica transcurre la acción, pero automáticamente vienen a la mente los Catskills, esa zona llena de blancos pobres que –al menos en la ficción- malviven, con un índice de desempleo disparado, gracias a los cheques de la Seguridad Social, la metanfetamina y cualquier trapicheo que se les ocurra y donde las poblaciones parece que vienen de serie con un cacique cuya ley está por encima de la ley. Si han leído novelas como Los huesos del invierno, deDaniel Woodrell, o ensayos como Manifiesto Redneck ya conocerán el entorno del que les hablo.

De esta manera las páginas pasan en un torbellino de coches que aceleran, coches que chocan, disparos, asaltos inesperados y persecuciones llenas de balas volando. Para la parte gráfica tenemos al tablero de dibujo a Benjamin Tiesma, un ilustre desconocido para este reseñista antes de la presente miniserie, que hace un trabajo satisfactorio sin ser brillante. El dibujante, que a veces parece salido de la escuela Top Cow, tiene ocasionales fallos en las expresiones faciales y presenta algunas rigideces en el lenguaje corporal de los personajes, quienes parecen en varias viñetas posar más que moverse (fallos que ha ido mejorando poco a poco, a juzgar por las páginas que he podido ver de Deadbox, su trabajo más reciente); pero en cualquier caso la lectura es fluida con unas efectivas secuencias de acción -el ochenta por ciento del cómic- que llegan a ser, a veces, espectaculares. Compararle con una bestia del lápiz como Matteo Scalera, dibujante de la primera miniserie, sería injusto, poca gente tiene el nivel del italiano -quien se mantiene junto al colorista Moreno Dinisio a cargo de las portadas- y Tiesma se defiende realizando un trabajo que, si bien no es brillante, más que suficiente y sale de ésta ganando a los puntos.

La miniserie, publicada en Estados Unidos durante la pandemia por la editorial Image, dentro del subsello de Skybound Entertainment (el estudio fundado por Robert Kirkman), no ha llegado aún a España a pesar de que la primera parte sí fue publicada en su día por Planeta de Agostini; quizá con la adquisición por parte de ECC Ediciones de los derechos de los cómics que desarrolla Skybound podamos verla por estos lares pronto. Mientras tanto, si les gustan las historias de acción bien hechas y dominan el idioma de Shakespeare, los seis números de esta miniserie se encuentran recopilados en un tomito de tapa blanda o disponibles en Comixology.

Miguel Ángel Vega Calle

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