Una noche muy larga, de Dov Alfon.

Portada de Una noche muy larga. Letras en rojo, vista aérea de París al fondo en la que destaca la torre Eiffel.

Una noche muy larga, Dov Alfon. Salamandra.

Yaniv Meidan, un joven comercial de una empresa israelí de informática, llega al aeropuerto parisino Charles de Gaulle, con objeto de participar en una importante feria de su sector. En la salida, se acerca a una joven rubia con uniforme rojo, que porta un cartel, a la que acompaña de nuevo al interior del aeropuerto. Y no se vuelve a saber de él. Este incidente aparentemente menor dispara una crisis de seguridad en la que se verán involucrados diversos servicios de inteligencia israelíes, un misterioso grupo de sicarios orientales, y todo esto ante la perpleja mirada de las fuerzas policiales francesas, dirigidas por un siempre desorientado comisario Jules Léger, de la Policía Judicial parisina.

Avión de Air France aterrizando de noche en el aeropuerto Charles de Gaulle.

Con este sorprendente comienzo, el autor nos ofrece un thriller trepidante, en el que asistiremos estupefactos a la búsqueda de diversas personas y de misteriosos objetos. La acción saltará entre el escenario principal de un poliédrico Paris, con escalas en las sedes de diversos servicios de seguridad israelíes. Veremos cómo una auténtica maraña de intereses contrapuestos impulsará unas acciones que nos enfrentarán ante la realidad del modo de gobernar de diversos países, y de los más que cuestionables métodos, acciones y objetivos de los llamados servicios de inteligencia y seguridad nacional. De paso, se nos ofrecerá un cruento documental de las actividades de los llamados medios de comunicación, y se reflexionará sobre las realidades y mitos de diversos países.

Interior de la sede de seguridad de Israel.

Uno de los pilares de la narración la constituye la descripción y usos de los diversos servicios de seguridad israelíes. Se habla de su importancia, pues se les considera uno de los más importantes del mundo, por el enorme despliegue en medios humanos y tecnológicos, que les permite mirar a la cara, por ejemplo, al NSA estadounidense. Pero en una serie de organizaciones tan grande se dan muchas realidades, no siempre loables.

Vista en escorzo del edificio Long Lines en Nueva York. Estructura de granito, sin ventanas, ejemplo de arquitectura "brutalista".

Así, se nos muestran los intereses no siempre coincidentes de las mismas, pues el objetivo de sus intervenciones de información a menudo no resulta claro, y se ve que pueden estar al servicio de intereses no siempre relacionados con la defensa del estado de Israel. Veremos cómo, en esta recogida masiva de información, el uso de esta puede dedicarse a objetivos que podríamos calificar, siendo generosos, de espúreos, cuando no directamente delictivos. Otro aspecto destacable es la desconfianza y altanería de los responsables de inteligencia israelíes en su búsqueda interesada de información, lo que los lleva a ningunear el poder de las autoridades de otros países.

Imagen de rascacielos en la noche conectados por una red de puntos.

El factor humano de estos servicios de seguridad también es tratado con detalle en la novela. Más allá de que los dos protagonistas serán miembros de uno de los variados servicios de seguridad israelíes, se nos habla de sus jerarcas, de sus brutales luchas intestinas, de su codicia y afán de poder, y de cómo se inclinan interesadamente ante ciertos poderes. El manejo de este poder tendrá efecto en sus temperamentos, adquiriendo estos jerarcas, modos y maneras más propios de déspotas que de directores.

El autor nos da noticia de ciertos hechos sorprendentes, como es que ciertos grupos de soldados adscritos a los servicios de inteligencia se declaren objetores cuando se les pretenda implicar en operaciones de espionaje contra los palestinos, casi siempre ilícitas, y siempre inmorales. O el miedo cerval a la seguridad de las comunicaciones, que parecen poder ser violadas, si se dispone de la infraestructura tecnológica adecuada, sin ningún problema.

El Long Lines building en marcado contraste con los rascacielos iluminados.

Con todos estos elementos la imagen de los servicios de inteligencia queda muy cuestionada, pues se llega a afirmar sobre los mismos:

El mundo de la seguridad era un circo, y en todo circo hay tiempo para que se expresen los payasos.

Una noche muy larga.
Antena de recepción de señales.

Muy relacionado con el mundo de la inteligencia es el feroz retrato que se hace del gobierno israelí, y de un primer ministro, corrupto y déspota, que hace un uso muy particular de los engranajes gubernamentales, de los que se llega a dar este terrible diagnóstico:

El Gobierno estaba controlado por un virus carnívoro que usaba el sistema inmunitario normal —el sistema judicial, los medios de comunicación, el Ejército y las agencias de inteligencia— para engañar a sus propios órganos, hasta tal punto que se había vuelto imposible diferenciar el cuerpo sano del infectado por el virus.

Una noche muy larga.

También se hace patente la terrible dependencia de ciertos políticos israelíes de aquellas corporaciones que financian sus gastos electorales, y sobre todo es patética la imagen de unos medios de comunicación al servicio de los ocupantes de los puestos gubernamentales. Veremos cómo el gobierno israelí no duda en usar un asunto de seguridad para tapar un escándalo de corrupción. En esto no dudan en enfrentarse, si es necesario, con las propias fuerzas armadas.

Estructura en forma de igloo iluminada con plantas en el interior. Contrasta con los alrededores, oscuros.

Para mostrar el extraordinario teatro que es la información pública un personaje afirma:

Todo lo ocurrido en la oficina del primer ministro era coherente con su conducta normativa. Nada tenía que ver lo que pensaban los hombres del primer ministro con lo que decían. Y nada tenía que ver lo que decían con lo que hacían.

Una noche muy larga.

Ampliando el foco, la novela reflexiona sobre la situación de Israel y ciertos aspectos identitarios. De esta forma, se plantea el dilema de si Israel es un país normal o está siempre sometido a la seguridad, pues la paranoia de los israelíes con la seguridad en su relación con los árabes marca comportamientos y actitudes con importantes repercusiones en la vida y la imagen de sus ciudadanos. De las tensiones entre los diversos grupos judíos, según sea su origen, también se da noticia, especialmente al mostrar los recelos entre los judíos askenazíes y los de origen norteafricano.

París al atardecer.

Si el autor le da un duro repaso a la sociedad israelí, no lo hace menos al hablar de la francesa. Tengamos en cuenta que el núcleo de la acción de la novela transcurre en París, y como ya señalábamos anteriormente las autoridades gubernamentales y policiales se encuentran con una zona de guerra en todos los sentidos, un enclave de locura en la capital francesa.

Vista al atardecer de la Ile de la Cité.

Más allá del despiste de los efectivos policiales dirigidos por un desorientado comisario Léger, se nos hace un duro retrato de las autoridades francesas, para las cuales todo es imagen, sin dar valor a los hechos criminales por sí mismos, solo preocupándose por el escándalo, y cómo no, manipulando la información que se da por los medios de comunicación. Es especialmente sorprendente lo que se afirma sobre el poder del ministro del Interior, del que se nos desvela:

La capacidad de este último para espiar a sus conciudadanos no tenía parangón en todo el mundo occidental. La ley le otorgaba poderes que habría envidiado el mismísimo presidente de Estados Unidos. La poderosa maquinaria funcionaba al margen de cualquier supervisión judicial, o mejor dicho, de cualquier tipo de supervisión. En teoría estaba pensada para mantener la seguridad de los ciudadanos, pero lo cierto era que funcionaba día y noche para reforzar la posición del ministro.

Una noche muy larga.

Aparte de las casi anónimas instalaciones de los servicios de inteligencia israelíes en Tel Aviv, o el desierto del Néguev, el gran escenario de esta novela lo constituye la ciudad de París. La desaforada acción—en la que nos encontraremos con asesinatos, en modo intento o brutalmente ejecutados, secuestros, persecuciones y búsquedas desesperadas de personas—, nos llevarán por todos los rincones parisinos, desde las zonas más aristocráticas y espectaculares para el turismo—símbolos de la grandeur francesa—, a los barrios marginales, dominados por las bandas que controlan el tráfico de drogas. Conoceremos de igual forma, los barrios de inmigrantes de diversas etnias, y se nos da un duro retrato del funcionamiento social en los mismos.

Vista al atardecer del Puente Nuevo.

Pero el autor también nos regala con escenas llenas de nostalgia novelística, como la descripción de un pequeño y céntrico bar donde aún se beben vasos de vino blanco, ¡y tiene una cabina telefónica!, y donde en cualquier momento puede aparecer el gran comisario Maigret.

Entrada a las catacumbas. Inscripción: Quocumque ingrederis sequitur mors corporis umbra.

La otra referencia novelística se sitúa en el 36 del Quai des Orfèvres, clásica sede de la Prefectura de Policía parisina, donde tenía el despacho el gran personaje de Simenon, y desde sus subterráneos, el autor nos dará un fabuloso paseo por las catacumbas de los famosos edificios de la Île de la Cité—el Palacio de Justicia, la Sainte-Chapelle o la Conciergerie—, donde se encontrarán con sorprendentes vestigios de la historia de la ciudad, que más parece una novela del XIX, que un thriller del siglo XXI.

Rascacielos simulando bits iluminados de un ordenador.

Pero el autor no se engaña ya que, al colocarse en la piel de uno de sus personajes, tiene una visión muy agridulce de la ciudad, de la que llega a afirmar:

París, una ciudad peligrosa que prometía lo sublime sin cumplirlo nunca.

Una noche muy larga.

Como es de suponer en una obra semejante, la relación de personajes es amplísima. Por un lado, nos encontramos con diversos responsables y oficiales de inteligencia, políticos y policías franceses e israelíes.  Por otro lado, un equipo de asesinos chinos dirigidos por una tremenda femme fatal oriental, que están al servicio de un magnate, que no le tiene nada que envidiar al siniestro Fu Manchú, que intentarán lograr sus objetivos, caiga quien caiga, y sea en el lugar que sea. Completan el elenco grandes capos del juego internacional, traficantes de drogas, y unas cuantas rubias que tendrán mucho que decir a lo largo de la narración.

Vista del Long Lines Buidling de noche, centro de la imagen.

Pero el peso de la narración lo llevan el coronel Zeev Abadi y la teniente Oriana Talmor, miembros de los servicios de inteligencia israelíes. Tanto por los conflictos que deben resolver, por el ingrato rol en que deberán involucrarse, como por sus singulares historias personales, resultan unos personajes fascinantes, que nos ofrecen una imagen que se sale del cliché estereotipado de los protagonistas de los thrillers de espionaje.

Vista aérea nocturna de Londres.

Una noche muy larga es un thriller de acción e intriga, en el que los servicios de inteligencia y espionaje tienen un peso fundamental. Eso sí, muy contemporáneo, ya que aquí sus personajes no usarán de las reglas de Moscú, con sus marcas de tiza en las paredes y mensajes en puntos de tinta, que tan maravillosamente nos relató John Le Carré, pues la guerra que dirimen usa de medios tecnológicos de última generación, y hasta en los asesinatos se utilizan artefactos tecnológicos dignos de una película de anticipación. El autor logra un clima de tensión y echa mano de una minuciosidad, dignos ambos de las mejores novelas de Frederick Forsyth. Pero el mensaje que nos transmite sobre el mundo del espionaje, y en general sobre el del poder político, está mucho más cerca de la crítica y la desconfianza que sobre ellos postula el creador de George Smiley, pero echando mano de una sorna y una cierta retranca, que nos recuerda a las fantásticas novelas de Percy Kemp.

Vista del MI6 en Londres, iluminado en diferentes colores.

Con todo lo dicho, pensamos que esta novela es un magnífico thriller, por lo que cuenta, y por cómo lo cuenta, devolviéndonos a los grandes hitos de este fascinante género.

José María Sánchez Pardo.

Disponible en la librería Estudio en Escarlata.

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