Ausencia de malicia. Película. 

Cuando eres joven y trabajas en lo que quieres, eso de lo que has estudiado, el entusiasmo tiende a cegarte, vives un enamoramiento, platónico pero intenso, que te lleva a hacer horas extra que nunca te van a pagar, cargas las preocupaciones laborales a la mesa del comedor, a la cama, … y, hasta que baje la marea del entusiasmo debido a las corrientes de la rutina, haces lo que sea por cumplir, aunque con ello afectes a terceros. La vocación cumplida, cuando eres bueno y todo es novedoso, paga de sobra al ego y lo ensancha, porque todo es maravilloso, embriagador y eso es lo que le pasa a la reportera Megan Carter (Sally Field). Cuando, por un desliz de una secretaria de la oficina del FBI en Miami, se entera de que puede haber una pista para descubrir qué ha pasado con Joey Díaz, un líder sindical desaparecido.  

Trailer: Absence of Malice (1981) Original Trailer [HD] (youtube.com)

Claro que la pista es más un clavo ardiendo para los funcionarios del FBI, que están quedando tan mal y tienen tan poco de donde tirar, que intentan capitalizar esa filtración a la prensa para presionar a Michael Gallagher (Paul Newman), un pequeño empresario de Miami, hijo de un antiguo contrabandista de licores ya difunto y sobrino de un jefe mafioso, a ver si él se ve obligado a convertirse en confidente para que le dejen en paz. Así, la gacetillera, a pesar de que no necesita ánimos para ir tras algo que huela remotamente a noticiable, es inducida por el jefe del equipo de investigación federal, Elliot Rosen (Bob Balaban), a revelar que Gallagher está siendo investigado. Lo de comprobar que la implicación de Gallagher en el caso sea cierta o, incluso, mínimamente razonable está supeditado a conseguir una portada con el nombre de Megan bajo el titular.  

Éste es el hilo argumental básico sobre el que el film de Sydney Pollack empieza a construir el reverso oscuro de Todos los hombres del Presidente (d. Alan J. Pakula, 1976), y del que Paul Newman -dejándose llevar más por el ego que por los hechos, como veremos- dijo que era una crítica directa al New York Post (un rotativo al que el intérprete acusaba de haber publicado una foto suya trucada). La cinta pronto prescinde de la búsqueda del desaparecido y empieza a recorrer otros caminos menos trillados, engrosándose ese hilo conductor básico con el músculo que crean las interacciones de los protagonistas, que son los que van construyendo la historia con sus acciones, y vamos descubriendo las consecuencias que puede tener en las vidas de los ciudadanos normales el uso erróneo del poder del que disponen las instituciones (y la prensa, como supervisor de las actividades del Estado a fin de prevenir abusos sobre el ciudadano medio, también lo es). 

“- Bien, señorita, usted pretende afirmar que el señor Michael Colin Gallagher fue la causa inmediata del fallecimiento del estimado señor Díaz. 

-Eso no es lo que pone ahí, dice que se le está investigando. 

-Pero el señor Gallagher pensará que le consideramos asesino, y también sus amigos y vecinos. Supongamos que no es un asesino ni se le está investigando en absoluto, supongamos que su historia resulta ser totalmente falsa. 

-Es que no lo es. 

-Señorita, si los periódicos sólo imprimiesen la verdad no tendrían abogados en nómina y yo estaría en el paro. Y no estoy en el paro. 

-Leí el informe. 

-Eso a mí me tiene sin cuidado. A mí me interesa la ley, no se trata de si su historia es cierta o no, la cuestión es qué protección tenemos si resultara ser falsa. Vamos a ver, el señor Gallagher no es un funcionario público ni es probable que llegue a serlo…lástima… ¿Es una figura pública? 

-No nos va a denunciar, por favor… ¿qué hace falta para ser una figura pública? 

-Si lo supiera jugaría con ventaja, eso no se sabe por qué ocurre. Confieso que me sentiría más cómodo si fuera una estrella de cine o un entrenador de fútbol, los entrenadores de fútbol son gentes muy seguras. ¿Hemos hablado con el señor Gallagher? 

-No solemos llamar a la mafia para comentar. 

-Pues procure hablar con él. (…) Si habla con nosotros incluiremos sus razones, lo que dará una apariencia de justicia, si él se niega a hablar no somos responsables de errores que él no ha desmentido, y si no conseguimos hablar con él, al menos se intentó. (…) En lo que respecta a la ley, la exactitud del artículo no tiene importancia. No sabemos que la historia sea falsa, por lo que hay ausencia de malicia. Hemos sido razonables y, por tanto, no ha habido negligencia, podemos decir lo que queramos del señor Gallagher y él no puede perjudicarnos. La democracia está servida.”. 

Por supuesto, éste es un razonamiento frío, desde la ley, pero la aplicación de ésta por los tribunales se hace caso a caso, y encorsetada por una serie de garantías procesales, por unas razones bien sencillas: los seres humanos somos complejos, contradictorios y estamos muy lejos de ser fríos; la propia Megan llegará a esta conclusión en cuanto empiece a relacionarse con Michael Gallagher y su entorno, al ver las consecuencias de su publicación en la vida del empresario (en la personal pero también en la laboral, ya que el que el desaparecido sea un líder sindical no es baladí, si tenemos en cuenta que Gallagher es un empresario autónomo).  

Megan, convertida ahora en cruzada por la verdad, descubrirá bien pronto que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, pues la verdad, en sí misma, contada sin tener en cuenta sus implicaciones, puede hacer más daño que una mentira. El interés de Pollack por incluir siempre una historia romántica en sus cintas (1)1 hace que el personaje de la reportera quede encuadrada teóricamente en el papel del villano de la cinta (puesto que, no contenta con la publicación de una información no excesivamente contrastada, empieza además una relación con uno de los implicados en la noticia, saltándose todas las normas deontológicas de su profesión), a pesar de que la trayectoria cinematográfica de Sally Field, una sex symbol en aquel momento (aunque hoy sea difícil de creer) y su aspecto dulce hagan que caiga simpática al espectador. 

Nada de lo anterior es casual, puesto que el guión de la cinta corrió a cargo de Kurt Luedtke (y del no acreditado David Rayfiel, un guionista ya conocido de Pollack que ayudó a refinar la forma definitiva del film y sus maravillosos diálogos, al ser éste el primer guión de Luedtke); Luedtke conocía bien los pecados y tentaciones del mundo periodístico al ser antiguo reportero, posteriormente editor y ejecutivo, en varios periódicos y había recalado en Hollywood con un embrión de libro que tras llamar la atención de Orion Pictures sirvió de base para la presente película. Además de señalar todas esas transgresiones éticas de la prensa, que el film tan bien muestra, se hace un retrato más bien poco favorecedor de los agentes del orden y de los incentivos perversos que tienen para conseguir resultados cueste lo que cueste, aparte de meterle un tirón de orejas al sistema de democracia directa de elección de cargos judiciales estadounidenses –implícito en la estrategia de Gallagher una vez decida pasar al contraataque, pero tirón de orejas al fin y al cabo-. Ahí es donde conocemos al que, a pesar de su aspecto físico, se alza como el mayor villano de la película: Elliot Rosen (Bob Balaban). 

“-Díaz era un hombre honrado, tenía un local decente. Alguien le hizo desaparecer y no tenemos pistas. Seis meses y como al principio. Nos partimos la cabeza hablando con la gente y ni palabra.(…). Necesito ayuda. 

– Y estás exprimiendo a Gallagher. 

– ¿Se te ocurre alguien mejor? Es el hijo de Tommy Gallagher, el sobrino de Santos Malderone. Su padre pasaba alcohol de contrabando desde Atlanta hasta Miami. Esa gente mantuvo quince años alejado de aquí al sindicato, tiene muchas amistades y puede hablar con ellas si quiere. 

– ¿Es inocente? 

– Eso es lo de menos, yo no pretendo acusarle y estamos intentando conseguir información. Díaz ha muerto y estamos exprimiendo un poco a Gallagher. 

– Y supongo que le tienes vigilado, ¿eh? 

– No. 

– ¿Crees que sabe algo? 

– Si no, puede enterarse en cuanto quiera. Lo que pretendo es que quiera.” 

Balaban, uno de esos secundarios de lujo cuyo rostro reconocemos de un montón de sitios, pero cuyo nombre no podemos recordar, resulta a priori extraño como elección para un agente de la ley al carecer del tipo de físico habitual de los agentes federales del cine estadounidense. Aunque el poco tiempo bajo los focos de su personaje le permite materializar una convincente interpretación de un agente de la ley que usa su poder para coaccionar a un ciudadano a través de una reportera ambiciosa, pero bienintencionada y bastante pánfila (todo a la vez), interpretada por Sally Field, esta y no otra es la cualidad de Balaban en este film, convertirse en el perfecto hombre gris que con su poder causa un mal a los demás en pos de una finalidad legalmente legítima, en esa línea de maldad funcionarial de la que hablaba Hanna Arendt. 

Si no estuviera Paul Newman aquí, Balaban sería el mejor actor del film, pero para su desgracia el papel principal es para un Newman maduro, que ya ha refinado sus habilidades actorales al máximo, y que se come al resto del elenco sólo con su mera presencia. La interpretación de Newman es minimalista, tranquila, capaz de transmitir los sentimientos de su personaje con un mero movimiento de sus cejas o de su boca, además de con esa mirada penetrante que le caracterizaba, pero que cuando estalla iracundo en una determinada escena imprime en Gallagher no tanto ira como desesperación. No sólo nos creemos que Gallagher sea un hombre normal, sino que a la primera palabra de Newman ya estamos convencidos de su inocencia. 

Por el contrario, quien peor está de todo el elenco, incluyendo a los secundarios, es Sally Field, con una interpretación un tanto exagerada, más propia de una amateur, y que no consigue dar a su personaje ni el aire de una villana calculadora que acaba cambiando de bando ni el de una ingenua ambiciosa que se da cuenta de los errores cometidos, quedando como un verso suelto que no se sabe muy bien a qué aspira, salvándose sólo por la simpatía que sí es capaz de crear en el espectador. Esta sensación es aún más palmaria cuando su personaje comparte escena con Teresa Perrone (Melinda Dillon), la amiga de Mike que es clave en el devenir de la trama, a la que Dillon caracteriza con una tristeza vital desde que aparece por primera vez en pantalla que no hace falta que subrayen los diálogos, de hecho, no necesita ni siquiera pronunciar una silaba para conmovernos, sólo con correr descalza por un césped recogiendo periódicos la actriz nos transmite una desesperación y un sentimiento de tragedia inminente que pone al espectador en guardia porque algo intangible ha cambiado en la película. 

No es éste el único problema que arrastra la cinta, puesto que, en una época en que los dramas televisivos y las series ya habían empezado a elevar sus presupuestos y a intentar imitar más al cine, nada en la película parece elevarse ese peldaño extra que la lleva a ser un producto para la pantalla grande. Todo tiene un aire modesto, a lo que contribuye el que casi toda la acción transcurra en interiores, a pesar de que Pollack es capaz de usar sus decorados y el atrezzo a favor de la narración con elegante naturalidad; un ejemplo de esta virtud está en el uso de las ropas de los personajes, que ayudan en seguida a delimitar su carácter y status social, como pasa con el personaje de Paul Newman, cuya extracción más modesta se acentúa cuando vemos que viste el mismo traje para una audiencia federal como para un entierro, cuando no lleva una ropa más informal, o con la manera de fumar de Megan, incesante, casi nerviosa, al inicio de la cinta y que acaba por desaparecer una vez el personaje avanza y va madurando. 

Al final, tenemos una cinta de diálogos tremendamente efectivos y con un puñado de actuaciones realmente por encima de la media, que ataca el tema de la corrupción policial de una manera más insidiosa de lo habitual, mucho más sutil que si hubiera una pistola humeante y un cadáver, pero que acaba lastrada por una serie de decisiones de producción y, sobre todo, por una actriz principal que no acaba de imprimir el carácter necesario a su papel. Aun así, la película se sigue con interés y nunca descarrila, siendo una opción entretenida para una tarde o noche en que apetezca una película que prime más la reflexión que la acción.  

  • Título original: Absence of Malice 
  • Año: 1981 
  • Duración: 116 min. 
  • País: Estados Unidos 
  • Dirección: Sydney Pollack 
  • Guion: Kurt Luedtke, David Rayfiel 
  • Reparto: Paul Newman, Sally Field, Melinda Dillon, Bob Balaban, Wilford Brimley, Barry Primus, Luther Adler, Josef Sommer, Don Hood, Arnie Ross, John Harkins, Oswaldo Calvo, Jody Wilson, Ilse Earl, William Kerwin, Sharon Anderson, Bill Hindman, John Archie, Timothy Hawkins, Alfredo Álvarez Calderón, Richard O’Barry, John DiSanti, Jeff Gillen, Lee Sandman, Mark Harris 
  • Música: Dave Grusin 
  • Fotografía: Owen Roizman 
  • Compañías: Columbia Pictures, Mirage Entertainment (puede verse en Filmin) 

Miguel Ángel Vega Calle 

  1. Como cuenta el propio director al conversar con Anthony Minghella en una entrevista realizada por el estreno de su película La intérprete.  ↩︎

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