La mujer del domingo. Película. 

“-A ver, ¿a ese Garrone con qué lo han matado? 

-Con esto. 

– Aaaah… 

– Falo de piedra de clara inspiración pompeyana. 

– ¿El arma era del muerto o se la trajo el asesino de su casa? 

– Misterio.”. 

Porque claro, no podía tener otro final el arquitecto Garrone (Claudio Gora), al que se podríamos llamar Guarrone de lo rijoso y desagradable que resultaba en vida. Cuanto más investigan los comisarios Santamaria (Marcello Mastroiani) y De Palma (Pino Caruso), más parece que a Garrone no le llegó la Parca sino San Martín, a hacer un favor a Italia; pero como eso ya lo decidirá el juez, a la policía sólo le queda investigar hasta encontrar a los culpables. 

Eso sí, con mucho ojo, que la investigación debe ser muy discreta y con “mano de seda en guante de terciopelo”, porque justo como principales sospechosos han tenemos Anna Carla Dosio (Jacqueline Bisset) y Massimo Campi (Jean-Louis Trintignant), una pareja de amigos (o algo más, vete a saber) que también son, respectivamente, esposa e hijo de sendos poderosos e influyentes industriales del norte de Italia. Santamaria y De Palma están obligados a extremar las formas y el cuidado, preguntando sin preguntar en interrogatorios que no lo parezcan. Pero qué le van a hacer si esos dos, o al menos ella, son la mejor opción porque la mano asesina fue femenina, como informaron un avezado -aunque no muy centrado- testigo y su no menos avezado perro, que se la cruzaron cuando volvían de pasearse el uno al otro. 

“-La rubia… 

– ¿La rubia? 

– Sí, salía del portal…Ni una belleza especial, ni una elegancia especial. Con un impermeable de esos que parece que no se llevan porque son transparentes. 

-Tipo preservativo. 

– Sí, yo no me atrevía…Y llevaba una bolsa en bandolera anaranjada, y era bastante alta. 

– Coviello, ¿has escrito? 

-No. 

– Pues escribe: “cuando regresaba a su casa, el testigo Señor Bauchiero recuerda… Eh…”. 

– Un detalle, ¿puedo? 

– Estamos ansiosos de detalles. 

– En la bolsa había un dibujo, ¿de qué color? Blanco. Era un escudo, ¿qué clase de escudo? 

– ¿Se pregunta usted mismo, Señor Bauchiero? 

– Es para precisar… Era la estrella de Italia, con cinco puntas. 

-Coviello, escribe… 

-Un momento… 

-Coviello, no escribas.”. 

Esta es la premisa de la película que en 1975 dirigía el director Luigi Comencini, una eficaz mezcla de film policial y comedia romántica, con algunos toques eróticos al hilo del picante argumento, adaptada de la novela homónima de Carlo Fruttero y Franco Lucentini. El director lombardo no era un recién llegado al género de la comedia italiana, tan explotada desde 1949 por el llamado neorrealismo rosa, y se le tenía por uno de sus mejores exponentes, tanto en su versión tradicional como mezclada con toques erótico-festivos. Esa experiencia podemos intuirla mientras visionamos una cinta que tenía todos los boletos para convertirse en una de Pajares y Esteso a la italiana, pero que Comencini factura de una manera solvente, sin que en ningún momento descarrile hacia lo procaz (una auténtica hazaña si tenemos en cuenta que el sexo y el humor en torno al mismo forman la espina dorsal de esta comedia)

 Otro extremo del que el director huye es el de desarrollar un giallo, que se encontraba entonces en su apogeo, y hasta podríamos decir que crea un anti-giallo al dar una vuelta de tuerca en muchos de los elementos de estos filmes. Aquí la víctima muere en su casa de noche, pero ahora no es una voluptuosa joven en paños menores –o sin ellos- sino un vejestorio salido al que nadie quiere ver desnudo -aunque él insista-, aquí el que muere es un voyeur cuya muerte no presencia el espectador (espectador que en el giallo es convertido en un voyeur, contemplando el crimen por encima del hombro del asesino), aunque sí se conserva el que el arma asesina no sea una de fuego.  

Otro elemento inesperado de la cinta, y que da la vuelta a otro tópico de los giallos, es su tratamiento de la homosexualidad. No recuerdo una película de esa época (ni anterior) en la que una relación homosexual haya sido tratada con tal naturalidad y respeto. Aquí podemos ver abiertamente una relación homosexual tratada como una relación normal, sin tener que acudir a segundas lecturas ni a sobrentendidos de ninguna clase al presentarla (recordemos que estamos en 1975, menos de un lustro tras Diamantes para la eternidad, con ese par de malos que a la monstruosa descripción que hizo Ian Fleming en la novela se les une la homosexualidad). 

Como no he tenido acceso a la novela original –que sí se publicó en España, por Seix Barral más de una década después del estreno de este film en nuestras carteleras-, no sé si estaban ya en ella las escenas de elegante erotismo o esa visión positiva de la homosexualidad que vemos en pantalla o si las añadió Comencini, en combinación con los guionistas Agenore Incrocci y Furio Scarpelli o por su cuenta. Asumo que, en caso de que fueran añadidas para el film, éstas fueron realizadas en comandita entre el director y los guionistas, puesto que éstos llevaban escribiendo guiones conjuntamente desde 1950 y, aparte del poder que atesoraban como parte responsable de un buen número de los mejores filmes italianos de la segunda mitad del siglo XX, eran viejos conocidos del director, con quien crearon en 1960 esa obra maestra que es Todos a casa

Lo que sí parece que ya derivaba de la novela original es la crítica social a las clases altas turinesas, a quienes vemos como una panda de seres vacíos, que piensan que todo les pertenece por derecho divino (hasta la policía), quizá porque Ana Carla y Massimo no tienen más oficio ni beneficio que gastar ese dinero que les ha caído del cielo (ninguno tiene un duro por sus propios méritos, son otros en la familia los que han amasado la fortuna de la que disfrutan). En más de un momento se nos enseña a otros que los obedecen por su dinero pero que en realidad los desprecian, ya sean unos criados o esos tratantes de arte que les venden obras de dudoso mérito artístico para que se hagan los entendidos ante unos invitados tan ricos y faltos de criterio cultural como ellos. 

“Cuanto mejor viven, más putas son. Y ésta, encima, asesina.”.  

Pero por mucho que haya una crítica poco velada a estos pijos de los que Massimo y Ana Carla son exponentes, también hay que decir que no se hace sangre con el tema y que se les da una personalidad más prosaica que la imagen que se fabrica (y nos fabrican) de ellos por otros personajes al inicio de la cinta; tanto es así que se les coge cariño según va avanzando la cinta, con ese cándido intento de ser detectives privados. También hay que dejar constancia de que el retrato del resto de clases sociales tampoco es uno idealizado y complaciente. Los criados sardos que ponen en marcha la investigación no son ejemplos de ciudadanos pulcros, mientras que la policía en general, y el comisario Santamaria en particular, muestran una sumisión muy sintomática cada vez que están frente a frente con los ricos.  

Contrasta esa sumisión con el desinterés que el comisario presenta ante esa mujer que, cuando se nos presenta al personaje, pregunta insistentemente si su hijo saldrá libre pronto o su trato a las prostitutas en la divertida secuencia en que dirige un operativo para desalojarlas de la finca de una rica marquesa (marquesa que, por cierto, trata al personaje de Mastroianni como si fuera algo pringoso que ha pisado, más que como a un representante de la autoridad).  

Estas caracterizaciones esconden muchos guiños, obvios para el italiano medio, que suman de cara a aumentar la socarronería con la que todo está contado, aunque se nos escapan a los espectadores foráneos (entre estas sólo llegamos a captar esa tradicional rivalidad entre el rico norte italiano y el sur más rural o la relajada moralidad presente en el carácter mediterráneo, especialmente entre los policías de la película). 

A todo lo anterior se añade un absurdo que se filtra en pequeñas dosis, de una manera muy cercana a la de nuestros Berlanga y Azcona, con elementos incongruentes a primera vista que sin embargo tienen un sentido dentro del relato. El humor así, aunque se apoya mucho en el chiste sexual, viene también de muchos otros puntos y no fía todo al escándalo jocoso que generaría en el espectador (técnica humorística que, recordando las cintas del destape, hubiera hecho poco recomendable la revisión, al gastarse el chiste cuando ya se sabe el final, y eso en el caso de que no hubiera dejado de funcionar a mitad del primer visionado). 

Los actores, por su parte, están todos bien, interpretando a sus personajes sin ningún tipo de histrionismo entre los que sobresale como protagonista, tanto por el papel que le toca encarnar como por su carisma, Mastroianni, aunque en dura competencia con Trintignant, al quien le toca encarnar al personaje que, probablemente, más matices tiene en el film, pasando de la alegría al enfado y del cariño a la pena, pero sobre todo desprendiendo cierta melancolía que el galo hace suya. Mastroianni, como ya he dicho, borda también su papel de policía amable, incluso tímido (sobre todo en sus primeras interacciones con la alta sociedad turinesa), muy alejado de cualquier arquetipo hardboiled. 

Por su parte Jacqueline Bisset también muestra una capacidad actoral sutil y natural, más allá de ser sólo una belleza encarna a una mujer frívola al tiempo que simpática que enseguida se hace cercana al espectador. Con sólo un guiño o una sonrisa la británica seduce al espectador y a sus compañeros, al tiempo que entendemos su personalidad –menos vacía de lo que parece al principio- por ese contexto plagado de infidelidades y comodidades vacías en el que es fácil ser una víctima del tedio vital. 

La minimalista banda sonora, compuesta por el legendario Ennio Morricone, es el aspecto que menos me ha gustado, encontrándola irritante en más de un momento, a pesar de que hay que concederle al maestro que su composición es capaz de acompañar tanto los momentos dramáticos como los más bufos de esta película. 

En resumen, una cinta que el director lombardo construye sin fisuras ni saltos, con unos diálogos de doble sentido pulidos y que no alarga ni los chistes ni las situaciones hasta ahogar su gracia. Una coproducción franco-italiana a cargo de un director medio olvidado que no cambiará la vida a nadie, pero que, si nos molestamos en darle una oportunidad, nos puede arreglar una tarde de aburrimiento de una manera bastante más sofisticada de lo que podríamos pensar en un primer momento.  

Título original: La donna della domenica 

  • Año: 1975 
  • Duración: 105 min. 
  • País: Italia 
  • Dirección: Luigi Comencini 
  • Guion: Agenore Incrocci, Furio Scarpelli. (sobre la novela de Carlo Fruttero y Franco Lucentini) 
  • Reparto: Marcello Mastroianni, Jacqueline Bisset, Jean-Louis Trintignant, Aldo Reggiani, Maria Teresa Albani, Omero Antonutti, Pino Caruso, 
  • Música: Ennio Morricone 
  • Fotografía: Luciano Tovoli 
  • Compañías: Dartmouth, Fox Europe, Primex
  • Se puede ver en la plataforma Filmin

Miguel Ángel Vega Calle 

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