La guerra de Quarry. Cómic.

  • Guión: Max Allan Collins
  • Dibujo: Szymon Kudranski y Edu Menna
  • Cartem Comics

A principios de los setenta la intervención norteamericana en la guerra de Vietnam se puede dar por terminada, una sociedad cansada moral y económicamente por esa guerra ha visto a muchos de sus jóvenes retornar de las junglas del sudeste asiático a las ciudades de las que un día partieron. Con ellos se han venido adicciones, trastornos causados por sus experiencias y ese sentimiento de vacío que empuja a la violencia a las tropas desmovilizadas de todas las guerras que han existido. Quarry es uno de esos jóvenes, uno con tanta suerte como para encontrar un trabajo en el sector privado inmediatamente tras su retorno, poniendo su experiencia como francotirador al servicio del mejor postor como asesino a sueldo.

El sistema va así, el Broker consigue encargos en los que probablemente habrá que eliminar a una persona (aunque no siempre, a veces habrá que esperar el final de ciertas negociaciones para saber de qué lado cae la moneda), y éste a su vez pone en marcha a un equipo en el que un ojeador vigilará al objetivo y, posteriormente, un eliminador -como Quarry- honrará el compromiso contractual. Las reglas son claras: nada de sentimentalismos, nada de daños colaterales (si es posible), nada de vendettas privadas. Ahora Quarry ha recibido un encargo y junto a su ojeador, Boyd, esperan la confirmación de la sanción; pero el Broker ha violado las reglas: este trabajo incluye a dos antiguos conocidos de Quarry, de sus días en Vietnam, y puede que para cumplir el encargo el asesino tenga que violar un par de reglas más.

Max Allan Collins (Iowa, 1948), el creador de Quarry, fue joven en esa época que aquí describe, con tanta suerte como para no tener que ir al frente. Como él mismo nos cuenta en los apéndices a este cómic, a primeros de los años setenta estaba intentando llegar a algún lugar práctico con su vocación de escritor de literatura criminal y el zeitgeist contestatario del momento hizo, junto a sus tendencias políticas, que le pareciera inadecuado escribir narraciones protagonizadas por policías y eligió crear personajes hasta cierto punto inspirados por el Parker de Westlake. Si unimos a la mezcla a un amigo del autor, ex-marine que había vuelto de la jungla con stress postraumático (un trastorno que entonces no existía en los libros de psiquiatría), entendemos mucho mejor qué llevó a Collins a poner en el papel protagónico de una de sus primeras novelas a un asesino a sueldo que arrastra esa problemática.

En 1976 Berkeley Books suelta a un mundo totalmente desprevenido a la criatura parida por Collins, la cual, tras una andadura neta de dos años y cuatro novelas en formato bolsillo, deja de publicarse y colorín, colorado, esta serie se ha acabado. O eso se dijo Collins, que pasó a crear otros personajes (esos Nolan, Mallory o Heller que a España han llegado con cuentagotas) y a diversificarse y reinventarse en diversos medios: Collins escribe guiones cinematográficos, de cómics, novelizaciones de películas (como más conocido es, de hecho, es como creador de Camino a la Perdición, el tebeo que inspiró el último largometraje para cine de Paul Newman). Y las estaciones pasaron, las novelas se apilaron y un buen día de 1987 escribió una nueva novela del personaje para satisfacer el culto de unos pocos nostálgicos y se acabó de verdad, o eso se dijo Collins. Desde entonces Max Allan Collins ha visto, a lo largo de diez novelas más, dentro de la editorial Hard Case Crime, una película para televisión (The Last Lullaby), la serie protagonizada para Logan Marshall-Green para el canal Cinemax y este tebeo que les traemos hoy, que adivinando el futuro no tiene mucho que hacer.

Para su introducción en el mundo del cómic, Collins decidió explorar los orígenes de su antihéroe alternando dos tramas: el asesinato de un esquivo y cruel operativo vietnamita encargada a Quarry y a su asistente Lance por sus superiores durante la guerra y el asesinato de un traficante de poca monta encargado a Quarry por el Broker, en la que se cruzarán, entre otros, el mencionado Lance. Collins, fiel a su estilo para la serie de novelas, pone sobre la mesa un punto de partida sencillo que se irá complicando con varias casualidades y líos por culpa de humanos comportándose como tales, teniendo el frio asesino que apañárselas para reconducir la situación de la mejor manera posible.

Collins cuenta la historia insertando una narración en off del propio Quarry, mediante cajas de texto (demostrando de paso su gran experiencia en el mundo de la viñeta, ya que antes que entorpecer la lectura, hace que nos den detalles complementarios e información que no nos puede llegar de las imágenes), con un marcado tono socarrón en las consideraciones que el asesino hace sobre su trabajo y la gente que lo rodea, mientras pone en boca de los personajes una serie de diálogos que enseguida nos dan la personalidad de cada uno de los implicados, todo ello teñido de una violencia heredera del pulp y un humor negro que surge en el momento más insospechado para deleite del lector.

Dado que la serie sólo contó con cuatro capítulos, lo que tenemos en realidad es una historia corta de Quarry en la que su progenitor se las arregla para introducir resumidos todos los elementos que son seña de identidad en las novelas, bastante más detalladas: su marcada profesionalidad, no exenta de momentos de rebeldía y practicidad a partes iguales, su activa vida sexual y un férreo código personal que nos hace distinguir inequívocamente a un asesino frío y sin piedad de un psicópata que disfruta de hacer daño indiscriminado, todo ello con una violencia rápida y no del todo incruenta, pero no desagradable.

Al trabajo de Collins sólo se le podría poner como “pero” la decisión estructural de dividir el relato en dos tiempos, pasado y presente, de manera proporcionada y consecutiva. La idea, que en una novela funcionaría con cada capítulo para un tiempo narrativo, en un tebeo se hace confuso y, en varias escenas, muy anticlimático, ya que lastra el ritmo de lo narrado. La decisión no hiere mortalmente la trama del tebeo pero la rebaja encorsetándola.

Ahora bien, el auténtico problema del cómic está en su apartado artístico y, concretamente, el dibujante del primer capítulo: Szymon Kudranski. El polaco inicia el relato con unos dibujos sorprendentemente poco inspirados, con unas páginas legibles pero que distan mucho del nivel que ha demostrado en otras cabeceras; éstas las encontramos llenas de figuras encuadradas de manera extraña y rostros que parecen dibujados con demasiada prisa, sin que veamos rastro de esos juegos de sombras que en obras anteriores y posteriores le han hecho conocido para este reseñista (y que podrían haber dado bastante más juego aquí, siendo el tipo de obra que es).

Afortunadamente, a Kudranski le sustituye el brasileño Edu Menna, un dibujante de estilo realista que resuelve la historia con solvencia (aunque sin excesiva imaginación, también hay que decirlo), transmitiéndonos perfectamente la época y lugar en que transcurre la trama, desde las selvas vietnamitas hasta el ambiente adormilado de esas pequeñas urbes norteamericanas que tantas veces hemos visto en la gran pantalla y, más importante, al ganar por goleada al desganado arte de Kudranski es capaz de hacernos pasar las páginas sin que arruguemos la nariz. Esta mejora, sin embargo, no debe hacernos obviar que si el dibujante hubiera tenido un mayor cuidado en las expresiones faciales de los personajes (o más tiempo para dibujar estos tres capítulos), el resultado hubiera sido bastante mejor dado que a veces se pierde un poco, en los gestos, el negro sentido del humor con que Collins imprime a su asesino. El color de Guy Major, que aplica para crear un ambiente oscuro en la historia –especialmente en las páginas que transcurre en Vietnam, en las que predominan los verdes y colores de tonos tierra- está perfectamente resuelto.

Este volumen, que devuelve tras demasiado tiempo ausente, a Max Allan Collins a España nos viene de la editorial Cártem Comics en una edición soberbia. La gran experiencia de esta editorial en libros de arte hace que haya cuidado hasta el mínimo detalle de la edición, con un papel de un buen gramaje y una reproducción perfecta, a un tamaño ligeramente superior al del cómic-book normal, para una edición de diez. Eso hace que este reseñista esté esperando ansioso la salida del primero de los volúmenes con que Cártem saldará esa deuda histórica que España tiene con uno de los tebeos norteamericano noir más importantes del panorama de los ochenta y primeros noventa: el Ms Tree de Max Allan Collins y Terry Beatty, una cita ineludible a la que todo buen aficionado debería estar atento.

Miguel Ángel Vega Calle

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