La doble vida de Max Fridman: Rapsodia húngara y La puerta de Oriente. Cómic.  

Guión, dibujo y color: Vittorio Giardino 

Hay días que, viendo las noticias y los tejemanejes de los políticos y de los poderosos en general, a uno sólo le cabe pensar que su vida no está en sus manos, sintiéndose una marioneta que sólo puede consumir lo que le pongan los que de verdad deciden qué se puede comer, conducir, escuchar, … Normalmente ese estado de angustia suele ser pasajero. Excepto si uno es un paranoico o un espía, y Max Fridman, un comerciante de tabaco cuarentón, judío y padre, radicado en la Ginebra de la época de Entreguerras, tiene que ser por obligación lo segundo y por necesidad lo primero. 

Y digo por obligación porque no se pone a desentrañar el asesinato de casi toda la célula de espionaje conocida como Rapsodia por propia voluntad sino por la inesperada visita de Henri Ledoux, uno de esos zares grises dentro del gobierno francés que conocía a Fridman de antes y que sabe qué cuerdas tocar -y cómo amenazar sin parecerlo- para que este maduro ex-espía salga de su retiro. 

“-Ya tenemos el asunto de la frontera española cerrada. Los socialistas sólo esperan una excusa para hacer caer al gobierno. Y mientras, Fischer envía armas a España desde el Hotel Lutecia, y todos lo saben. No, hay que desactivar esta bomba, y en seguida. Se comprende que el Deuxième Bureau debe estar al margen. ¡Sólo nos faltan los militares! (…) No, necesitamos alguien que no se queme fácilmente, alguien imprevisible… En resumen, hábil pero aficionado. 

(…) 

– ¿Estás seguro de haber hecho bien? ¿Te puedes fiar de él? 

– Por sus antecedentes sí, claro que sólo hasta cierto punto. Tiene muchos puntos flacos, sobre todo su hija. Y el trabajo tampoco le entusiasmaba, lo que siempre es buena señal. 

-Ya. A veces esa gente da buenos resultados. Pero me irrita terriblemente no poder hacer más que esperar sus informes. En fin, espero que al menos se dé cuenta de la urgencia del caso. (…)”. 

Arrojado a los tiburones ya antes de empezar, Fridman deberá lidiar con Rigoni, un supervisor de espías más interesado en mantener su posición que en los resultados, proteger a Etel Möguet, la inexperta única superviviente de la célula, y buscar al misterioso Zadig, el único que tiene la clave de todo el asunto. Todo eso mientras la Abwehr nazi, la célula comunista plantada por la URSS en Budapest y quién sabe cuántos más buscan también la información que posee Zadig y siguen de cerca a Fridman, quien se sabe vendido desde el primer momento porque en ese fuego cruzado secreto entre potencias y agencias de espionaje, como dice uno de los personajes, “sólo somos traicionados por los nuestros”. 

Por supuesto esta obra no surge espontáneamente, Vittorio Giardino la ideó y pulió tras más de un año de ardua documentación y trabajo que culminaron con su publicación en 1982 en los primeros números de la revista italiana Orient Express. Giardino ya contaba con una experiencia relativamente dilatada, desde que debutó de la mano de Luigi Bernardi en el suplemento de cómic del semanario La Cittá Futura y que le llevó, poco a poco, a afianzarse hasta crear la serie de historias de su primer personaje fijo, Sam Pezzo, de la que ya hablé en otro lugar. Descontento con los resultados de esa obra, en la que inserta los esquemas del noir clásicos dentro de la realidad italiana de finales de los setenta, y ambicionando expandir el foco de sus historias, desarrolla su siguiente obra en una época lo suficientemente lejana como para que la actualidad del presente no la avejente pasadas sólo unas semanas desde su publicación, pero lo suficientemente cercana y significativa para que dé lecturas que si no son actuales, al menos rimen con el presente.  

Giardino presenta desde sus inicios querencia por combinar referencias literarias con lo criminal y la denuncia social (La pratica Ab, su primera historia larga, ya combinaba a Kafka con lo policiaco) y en las aventuras que vive aquí Max Fridman podemos encontrar no sólo referencias a Le Carré y Graham Greene –confesas por el propio autor-, sino también a escritores menos conocidos actualmente como Eric Ambler o a Robert Erskine Childers.  

La primera aventura del comerciante galo viene teñida de ese aire de fatalismo y desesperanza que tan asociado tenemos a los relatos de espías más realistas y alejados de la pirotecnia cultivadas por Ian Fleming. De hecho, al hablar de Fridman se suele usar la dicotomía James Bond-George Smiley para intentar definir al galo, si bien, pienso que la comparación con Smiley tampoco resultaría exacta, ya que Fridman se acerca más al desgraciado protagonista de El espejo de los espías, controlado y manipulado por Smiley, que al del obeso británico (quien aquí estaría más cercano a Henri Ledoux). Contrasta también el protagonista con el resto de espías de esta obra, que se dividen entre cínicos, arribistas y románticos, mientras que él es sólo un padre que se ve obligado a volver al ruedo más para evitar represalias de sus empleadores que por cualquier tipo de convicción real, convicciones muertas y enterradas en su breve y descorazonador paso por las brigadas internacionales de nuestra última guerra civil. 

“- Señor Max, no aguanto más. No creí que darle algunos informes a Maurice llevara a esto. 

– ¿No se lo esperaba? ¿Y a qué creía jugar? Lo quiera o no, está metida en esto hasta el cuello. 

– ¡Pero no soy una espía! Sólo era un trabajo de archivo. Santo Cielo, ¿qué debo hacer?”. 

El espía se verá inmerso en un juego de engaño y muerte en el que toda la sangre se vierte más por juegos de poder entre las potencias que en 1938 tenían Budapest plagada de espías que para evitar que Hitler desencadenase una Segunda Guerra Mundial (que todo el mundo da ya por inminente). De hecho, se desliza entre líneas que ese conflicto ya está, en 1938, no ya larvado sino iniciado, gracias a la Guerra Civil española, la última guerra romántica y la primera guerra política según el propio Giardino; nuestro conflicto es, al final en las dos aventuras de este volumen, un ruido de fondo cada vez más atronador en esta serie. Sea como fuere, la aventura se salda con un final que pone de manifiesto que estos juegos de poder se mueven más por los egos de los despachos que por la utilidad práctica y nos deja una incómoda sensación de futilidad

Cuando en 1985, dentro de la revista Corto Maltese, ve la luz La puerta de Oriente (la segunda aventura del personaje, también contenida en este integral), sólo nos pocos meses han transcurrido para el protagonista y esa sensación de futilidad se repite en el lector al ver que un viaje de negocios en Estambul se convierte para Max, sólo por su reputación y por coincidir con la huida del ingeniero aeronáutico ruso Stern, en una nueva carrera contrarreloj, en la que se mezclan el NKVD, rusos blancos y espías de diversas procedencias.  

Otra vez cogido entre la espada y la pared, aunque sea por error, Fridman volverá a no saber de quién fiarse ni lo que esconden las nuevas amistades, por muy seductoras que sean, como la de Martha Witnitz – respecto de la cual nuestro protagonista no sabrá si flirteó con él por auténtico interés o sólo como una trampa para usarle en su propia agenda-. Por otra parte, tampoco es que las antiguas amistades sean muy de fiar, porque Guy Varand, este sí espía francés establecido en la ciudad transcontinental, usará a Fridman como hombre de paja precisamente para estar sin estar en ese juego de sombras que se ha desencadenado. 

En medio de esta amalgama de intrigas que van cambiando según los intereses de los jerarcas se transformen, Fridman estará todo el rato intentando evitar, más que enfrentar directamente, a los peones que se cruzan en su camino y Giardino aprovecha la aventura para presentarnos una instantánea de los intereses políticos del momento desde ese prisma oriental que tan poco se nos da en la ficción. 

En el apartado más humano, lo que sutilmente encontramos es que Fridman es padre ante todo, más allá de su interés por la autoconservación la primera persona en la que piensa cuando se ve envuelto en las situaciones desatadas al inicio de esta aventura –igual que pasaba cuando conocía la inesperada visita de Ledoux en Rapsodia húngaraes en su hija Ester y esa es precisamente la razón determinante para que Max decida que la manera más fácil de liberarse del nudo gordiano que le atenaza sea encontrar él mismo a Stern. 

En ambas intrigas un elemento común es que nadie es lo que dice ser, incluso los personajes que Fridman considera honrados o fuera del juego de espejos del espionaje tienen algo que ocultar y gran parte del interés de la historia consiste en tratar de averiguar cuál es el juego de cada cual y a qué intereses sirve. Eso no hace que el espía vea alterado su carácter por estas aventuras, ya que a la postre estamos hablando de un hombre maduro que ya tiene a sus espaldas el grueso de sus experiencias como espía y combatiente –bastante traumáticas, por las referencias que caen aquí y allá-; Giardino nos lo representa como alguien más pragmático que cínico, que si está desencantado es menos con la humanidad en su conjunto que con algunos humanos pero, sobre todo, con las estructuras de poder que éstos han creado para gobernarse. 

Esa experiencia no hace de él, como ya hemos dicho, un héroe de acción, más bien al contrario, la paranoia le gana en más de una ocasión y posee una brújula moral que le impide dedicarse plenamente a una actividad en la que se sabe un peón de gente e intereses que no tienen nada que ver con él y que, para su consecución, quizá deba derramar sangre, cosa que le repugna. El paradigma de ese espía perfecto, en esta segunda aventura, sería Besucov, un hombre de identidades e ideales cambiantes para el que el espionaje es otra forma de conseguir sus intereses personales, sin importar nada ni nadie fuera de sí mismo. 

A lo largo de estas dos historias vemos cómo los lápices de Giardino pasan de crear unas figuras un tanto planas a una línea clara que debe más a la pintura y escultura clásica y neoclásica -que se encuentra ciertamente presente en la Bolonia natal del autor- que del realismo semicaricaturesco de la línea neoclásica francobelga a la que solemos aludir con ese término. Dicha evolución ya se había iniciado en las últimas páginas de Sam Pezzo, pero es en la primera aventura de Fridman donde los personajes ya adquieren una tridimensionalidad que evita que se inserten en el fondo de la viñeta, a pesar de que aún se ven estos pequeños errores de perspectiva en alguna página -que se ven salvados por la extraordinaria capacidad del autor para encuadrar dentro de la viñeta. 

Ya en la segunda aventura se culmina dicha evolución y podemos hablar de uno de los dibujantes más dotados de su época, evolución que se da sobre todo porque el éxito del primer Max Fridman –que ganó el prestigioso Yellow Kid en 1982 y el premio Saint-Michel belga- le llevó en el tiempo que media de la realización de Rapsodia… a La puerta… a realizar un buen número de páginas para el rotativo italiano La Reppublica así como para Glamour International Magazine las microhistorias eróticas de Little Ego, homenaje erótico-paródico que es Little Nemo en Slumberland, que le ayudarán a perfeccionar su dominio de la figura corporal así como la combinación entre lo arquitectónico y la profundidad de campo

Lo que Giardino controla ya desde el principio de manera soberbia es el ritmo de la acción, no notándose altibajos en ningún momento, a pesar de que sus aventuras cuentan desde el principio con una mayor extensión que las cuarenta y ocho páginas estándard que solía contener el álbum de la época. Como único pero que podemos ponerle en este aspecto, está el hecho de que algunas escenas de acción no se sienten muy “activas”, pero incluso estos momentos siguen conservando su interés y no suponen un obstáculo ni para el ritmo ni para el disfrute de la aventura en unos tebeos en que todo aporta algo a la trama en cada una de sus viñetas. Nada está ahí por azar y siempre suma a la descripción o del ambiente o de los personajes, cuando no de ambos al mismo tiempo.  

El coloreado, otra faceta más que empieza a usar aquí Giardino, va evolucionando desde uno mayormente plano, aunque matizado para crear algunos efectos de volumen, en Rapsodia Húngara hasta uno especialmente cuidado en La Puerta de Oriente, en que ya se nota la experiencia del boloñés para crear sombreados y volúmenes que enriquezcan sus viñetas, desterrando el negro prácticamente a las escenas nocturnas

Nos encontramos con un volumen casi imprescindible para cualquier aficionado al tebeo europeo. Un fumetto que combina espionaje e intriga con un cuidado retrato humano. Si juntamos esto con su cuidado dibujo y con esas reflexiones de fondo sobre cómo el poder mueve a los humanos a su antojo, no por pesimistas menos profundas, así como su capacidad para tocar diversos temas, como el terror que los judíos sentían -y por ende en gran parte de la población de la época- en una Europa prebélica en que el poder dominante parecía ser el de los totalitarismos, el resultado es este tebeo que se conserva tan clásico y universal como el primer día. 

Miguel Ángel Vega Calle 

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