
Un cadáver en la mansión Sainsbury, A. Fielding. Editorial dÉpoca.
“¡Sus preguntas resultan absolutamente impertinentes, inspector jefe! -gritó la señora Markham encolerizada-. ¡Yo no maté a la pobre chica! ¡Ni la coloqué bajo el entarimado de la cocina para que la encontrara esta misma tarde el esposo de mi querida hija! ¡al regresar de su luna de miel!…”
Así comienza Un cadáver en la mansión Sainsbury, y creo que este es uno de los mejores principios que puede tener una novela de misterio.
¿Quién puede, después de leer estas pocas líneas, resistir la curiosidad de saber quién era la joven asesinada y quién y por qué la había asesinado?
Me declaro incapaz de resistirme. Y esa curiosidad, tan hábilmente acicateada, me ha regalado unos estupendos ratos de lectura, porque Un cadáver en la mansión Sainsbury está a la altura de las mejores novelas de la Edad Dorada de la novela policíaca.
La novela pertenece a la serie de veintidós títulos escritos por A. Fielding entre 1924 y 1937, con el inspector jefe Pointer, de Scotland Yard, como protagonista. El mero hecho de que, en tan solo trece años, se publicaran tantas novelas de Pointer, dice mucho sobre el éxito de la serie.

Las novelas del inspector Pointer se enmarcan en la variedad de novela procedural—desarrollada a partir de los años veinte del pasado siglo–, en la que un policía profesional lleva a cabo una investigación oficial para resolver un crimen. Es un subgénero que toma forma frente al de los detectives no oficiales—y algunos meramente aficionados—de autores como Agatha Christie, Dorothy L. Sayers, Anthony Berkeley o S.S. Van Dine, por poner los ejemplos más conspicuos. En Gran Bretaña esta línea procedural estuvo representada, fundamentalmente, por Freeman Wills Crofts y, sobre todo, por A. Fielding con su inspector Pointer.
Es de la mano de este inspector que el lector recorre toda la investigación en que se centra Un cadáver en la mansión Sainsbury, con sus sorprendentes—pero nunca disparatados—giros y sorpresas, que mantienen constantemente la atención y tensión del lector, desde el tan prometedor párrafo inicial hasta la última línea.
Pointer es un hombre cortés, inteligente, tenaz y contenido, muy al modo de esos míticos caballeros británicos a los que la literatura ha dado carta de naturaleza. Nunca se deja llevar por la pasión y nunca juega sucio con el lector, al que le va proporcionando las pistas al compás de su propia investigación.
Pointer, al contrario que otros grandes detectives de la Edad Dorada, no hace partícipe de sus reflexiones a ningún amigo o subordinado del tipo del Hastings de Poirot o del Bunter de Lord Peter Wimsey; el lector va conociendo directamente sus descubrimientos a través de los propios pensamientos y actuaciones del policía.

Por encima de todo, en el relato se evidencia el deseo del autor de que todo el procedimiento policial que va narrando sea verosímil.
Es interesante señalar que, dentro de ese deseo de verosimilitud, esta novela, al contrario que algunas de la Edad Dorada, se ciñe a un modelo de asesinato muy sencillo y realista, huyendo de las sofisticadas e increíbles maneras de matar en las que a veces cayeron otros autores, como Sayers en Los nueve sastres, Christie en Matar es fácil, etc.
La muerta de la mansión Sainsbury ha sido, sencillamente, estrangulada con un pañuelo. Lo más peculiar, es que el cuerpo se encuentra escondido bajo el entarimado de una cocina. Este es, quizás, el rasgo más señalado de horror de la novela: la contraposición entre un ambiente tan inocuo y hogareño, como es el de una cocina familiar, y el hecho de que bajo su tarima se haya estado pudriendo durante semanas el cuerpo de una joven. Todo ello, en una de esas mansiones inglesas que aparecen frecuentemente en este tipo de novelas, situada en este caso en la apacible localidad de Woolwich, a pocos kilómetros de Londres.

Como sucede en muchas de las novelas de la Edad Dorada, nada llegamos a saber de la vida privada del inspector, solo de su profunda dedicación a su labor profesional. Ya al final de la novela, se nos da una significativa semblanza de él:
“En ese momento parecía el oficial de policía que era, y simplemente eso. Eficiente, imparcial e inmutable. No obstante, su rostro se había tornado aún más serio. Era su deber, y la meta por la que trabajaba. Sin embargo, cuando llegó el momento de proceder al arresto por una pena capital, Pointer lo acometió con un profundo sentimiento de responsabilidad”.
Sí, responsabilidad… es quizás la palabra que mejor describe al personaje… responsabilidad ante la sociedad que le ha encomendado la misión de velar por sus normas y sus miembros inocentes; responsabilidad de encontrar al culpable de un crimen y hacerle pagar por ello, en una época en que ese tipo de deuda se pagaba con la pena capital.

Pointer es consciente de que la culminación de su labor llevará al culpable al cadalso y eso le hace sentirse responsable, que no culpable. Como era común en la época, no siente ninguna ambivalencia ante la pena de muerte, como sí le ocurría a Lord Peter Wimsey.
En esta novela, exponente de la mentalidad de su tiempo, se entiende el crimen como un desorden que el investigador ha de solucionar encontrando al culpable para que, al ser castigado, se restablezca el deseado orden social.
Si todas las novelas que hemos leído de la colección dÉpoca Noir nos han resultado interesantes, esta nos ha gustado especialmente y nos ha dejado con ganas de leer más historias del inspector jefe Pointer, quien significativamente, comparte nombre con el perro de caza por excelencia.

Está claro, por el nombre del inspector y por otros que aparecen en la historia, que al autor o autora le gustaba jugar con el significado de los nombres, empezando por el seudónimo que él o ella eligió. Porque la realidad es que, todavía hoy, no se puede decir, con absoluta seguridad, quien se escondía tras el seudónimo de A. Fielding. Pero dice mucho de su inteligencia y habilidad el que consiguiera, a pesar de la fama de la que gozó en vida, esconder tan efectivamente su verdadera personalidad.
Sobre la cuestión de quién se ocultaba bajo el nombre de A. Fielding, así como otros interesantes datos sobre la Golden Age de la novela policíaca, remitimos al estupendo prologo de Juan Mari Barasorda, un valor añadido a la edición de esta novela. La hipótesis de Barasorda sobre la verdadera personalidad de A. Fielding resulta muy interesante y bien fundamentada y podría explicar el cuidado que toda la narración muestra en ser fiel a una investigación criminal real.
En cualquier caso, lo que es indudable es que el autor, fuese quien fuese, estaba muy al tanto de los procedimientos policiales y por ello consiguió dar un gran realismo a los llevados a cabo por el inspector Pointer.

Como curiosidad, comentar que esta novela de A. Fielding ya fue editada en España en 1945 por Bruguera, en su colección Alondra, con el título de Asesinato en el Refugio -el título original de la novela es Murder at The Nook-. Pero aquella edición tan poco cuidada, se ha convertido ahora, en la línea de lo que ya nos tiene acostumbrados dÉpoca, revisada y presentada con una excelente traducción, un magnífico prologo, unas esclarecedoras notas y unas hermosas ilustraciones -y, aunque excede al objetivo de esta reseña, no podemos dejar de aconsejar un vistazo goloso por el catálogo de la editorial-.
Un gran hallazgo, en definitiva, la decisión de la editorial dÉpoca de rescatar esta novela de la Edad Dorada, cuya lectura constituye un verdadero placer para los amantes del misterio clásico.
Yolanda de Pablos Valencia.
Selección de fotografías: M.M. (Despachos de Corpus Christi).
Disponible en la librería Estudio en Escarlata.
Estupenda reseña Yolanda, a mí también me ha gustado.
Una curiosidad de las novelas de Fielding, las dos que he leido, es la «europeización» de la investigación y de la trama criminal que subyace (o acompaña) el caso.
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